La existencia de una amplia clase
media es el tercero y último de los mecanismos de defesa de la democracia, que,
como decíamos, lo es a su vez del capitalismo. La creación de esta clase media
ha ido gestándose desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya se
hizo más que evidente la necesidad de la intervención del Estado para corregir
los desvaríos del sistema, que habían provocado dos grandes crisis y dos
guerras mundiales. Sin entretenernos mucho en este asunto, puede decirse sin
más que la consolidación de esta Clase Media es un éxito tanto del capitalismo
como de la socialdemocracia, pues durante la segunda mitad del siglo XX la
política obligó a la economía a dejar fluir hacia abajo, hacia el pueblo, una
pequeña parte de la riqueza que generaba. Claro que el fantasma del fascismo
superado, y del bolchevismo soviético contemporáneo actuaba siempre de amenaza
latente de hacia dónde podrían ir los acontecimientos si el capitalismo no se
aliaba con la democracia. Esta riqueza, como si de una limosna se tratara, se
fue concretando en derechos sociales y laborales, en la construcción de una red
asistencial y de servicios públicos, y en unos salarios que permitían a los
trabajadores vivir con una cierta dignidad y comodidad. Como aseguraba Maquiavelo, “nadie hace el bien sino por
obligación”, y al capitalismo se le obligó a ser algo más humanitario,
y así la socialdemocracia parecía triunfar.
El Estado, ese monstruo que
marxistas y anarquistas querían hace poco exterminar, de pronto parecía
convertirse en una institución que por fin se preocupaba por el bien común, sustituyendo la
dominación y la explotación que le había caracterizado, por la mediación y la
redistribución de la riqueza que generaba el sistema. La ampliación de esta
base social de apoyo a la democracia y al capitalismo, que ahora parecía no ser
tan malo, se convirtió en lo que hemos llamado colchón social, porque ha
conseguido amortiguar las
diferencias de clase, no las ha suprimido, porque ricos y pobres sigue
habiendo, pero en unos niveles que la clase media puede soportar. Esta amplia
clase media ha roto la bipolaridad social sobre la que se basaba el discurso
marxista, pues ha ocultado o difuminado, cuanto menos, los antagonismos entre los
otrora llamados explotadores y explotados.
La socialdemocracia sustituyó la
lucha de clases por la lucha del mérito y el talento entre los miembros de una
misma clase, entre los propios trabajadores. Es la llamada meritocracia, otro de los grandes logros del sistema. Pues la clase
media se había llegado a convencer de que el sistema permitía el éxito personal
con independencia de la renta o la extracción social, sólo había que formarse y
trabajar duro para conseguirlo. En esto consistía la igualdad de oportunidades. Si un individuo fracasaba, pensábamos,
la culpa es sólo suya, no del sistema. Como consecuencia, se ha eliminado la
verdadera conciencia de clase y se ha sustituido la lucha colectiva por un
individualismo egoísta y corporativo que anula la conciencia social. Ni qué
decir tiene que esa igualdad de oportunidades es más hipotética que real. La
extracción social sí importa, importa la familia y los estímulos que pueda
ofrecer o las necesidades que pueda tener. Como la igualdad de oportunidades se
establece en los inicios del proceso formativo del individuo, dejaba ya
bastante en entredicho la realidad de la meritocracia el hecho de que en el
sistema capitalista admitamos sin cuestionarlo la existencia de dos modelos
educativos, uno público y otro privado, pero ahora, con los brutales recortes
que está sufriendo la Educación Pública, la pretendida igualdad de
oportunidades se ha revelado simplemente falsa.
Esta clase media y el engaño de la
meritocracia han desarmado ideológicamente a los partidos de izquierda porque,
diría Marx, ha dejado de pensar y de comportarse como “clase”, ha dejado de ser
“clase” en sentido estricto, porque no tiene conciencia, no sabe el lugar que
ocupa en el sistema capitalista. Y por eso vota a derecha o a izquierda sin demasiado
criterio ni juicio crítico, según le va a cada individuo personalmente. Por eso
decía Engels que el
sufragio universal es el índice que mide la madurez de la clase obrera.
Y así, hasta los partidos mayoritarios que se llaman de izquierda basculan hacia
su derecha llevando a cabo políticas “centradas” en buscar el voto de esta masa
inconsciente. Engañada, o inmadura, tanto da, es capaz de votar a los partidos
de derechas sin caer en la cuenta de que están haciendo inclinar la balanza
hacia el capitalismo inhumano y egoísta que tantos problemas provocó en el
pasado.
En esta crisis, los recortes en
derechos sociales y en servicios públicos están golpeando especialmente a la
clase media. Desempleo, disminución de salarios, desamparo laboral, subida de impuestos,
desmantelamiento de los servicios públicos, etc., han despertado la alarma en
el pueblo de media Europa, que se está movilizando y saliendo a la calle,
ejerciendo su derecho a la protesta, en contra y a despecho de nuestro gobierno
que hubiera querido la aceptación callada y sumisa de cada uno de los golpes.
Pero es una política económica suicida, permitir el hundimiento de la clase
media va en contra del capitalismo mismo y de la democracia que lo protegía. Despierta
lo que el búlgaro Tzvetan Todorov
llama enemigos íntimos de la democracia, porque emergen de su seno y
de sus propios errores. El populismo, que puede manifestarse tanto bajo la forma
de nuevos fascismos como de nuevos comunismos, es uno de ellos. Y está pasando.
Los más de seis millones de franceses que votaron ultraderecha, y los 21 diputados que han obtenido los neonazis en Grecia son síntomas nada despreciables. Y el último aviso, que parece que ha calado en el ánimo de los
políticos, que han empezado ya a hablar de la necesidad de estimular el
crecimiento. A buenas horas mangas verdes (¿azules?) que diríamos aquí. Sin
embargo no se trata tanto de los errores de la democracia como de los del
capitalismo. Éste se ha sentido tan seguro, ha controlado tanto a la política,
tanto la ha sometido, que ha pensado que podía prescindir de la democracia. Lenin pensaba que la extinción del Estado
capitalista implicaba la extinción de la democracia porque se haría
innecesaria. Esto me produce una seria duda que formulo con congoja, porque,
está claro que el capitalismo se parapeta detrás de la democracia, que la necesita,
pero, ¿necesita la democracia al capitalismo?
No me sorprende y sigo admirando tu estilo. Muy buena la reflexión, y mejor la pregunta final, certera. Sin ánimo de responderla, sólo pensar en voz alta... Siempre me ha producido también a mí congoja el hecho de que en sus orígenes, la democracia puso sus bases en una sociedad de economía esclavista y con una política imperialista que sometía al resto de ciudades al poder ateniense. Siempre me ha desestabilizado internamente saber que el Partenón y la acrópolis se construyeron con el tesoro de la Liga de Delos y que la guerra fratricida que acabó con el poder ateniense comenzara por la necesidad de las ciudades sometidas de hacer defección de dicho poder... Perdón por la retracción en el tiempo, pero cuando no entiendo algo intento volver a los orígenes... Buena pregunta, sí... Debe ser que has puesto el dedo en la llaga, debe ser que esa pregunta es la que late en el subconsciente inconsciente de todos, y quizá por eso estemos paralizados. Estoy leyendo un libro -"Economía liberal para no economistas y no liberales"-, que tiene mucho que ver con tu pregunta; acabo de empezar, como quien dice, y ya me ha desestabilizado... Intento descubrir y desmontar su estrategia que a mí me parece económico-sofístico-demagógica, pero el caso es que sí, me está desestabilizando... Ya os contaré cuando lo termine.
ResponderEliminarEl libro parece interesante. Ya me dirás autor y editorial. Pero sí que hay preguntas que sería mejor no hacer por temor a la respuesta. La ignorancia, dicen, da la felicidad. Y la mayoría de las veces no queremos tener conciencia de nuestra parte de responsabilidad en las desgracias globales. Tú has recordado cómo la democracia convivía con el sistema esclavista. Hoy lo hace con el sistema capitalista. Parece que estamos ante la teoría de los vasos comunicantes, o el principio de Arquímedes, y que para que unos suban otros deben bajar. Nos negamos a creer que las desigualdades sociales tengan una explicación científica, porque sería tanto como admitir que, como la Ley de la Gravedad, nada podemos hacer para evitarlo.
Eliminar"Economía liberal para no economistas y no liberales", Xavier Sala i Martín, DeBolsillo. Viene a defender el liberalismo como el motor de cambio y progreso de las sociedades (disturba, ¿verdad?) y dice cosas como que las democracias avanzan mejor en aquellos lugares donde la libertad de mercado ha hecho posible el aumento de la riqueza... Ya ves la causa de la desestabilización interna. Mientras leo y siento en las tripas y en el cerebro revolverse todo en contra de sus teorías, recuerdo aquello que decías de lo difícil que es cambiar un prejuicio, y pienso si los tendré yo... Defiende un intervencionismo moderado del Estado, y argumenta de forma clara y, lo que más me cuesta admitir, hasta... ¿sólida? sus afirmaciones. Es interesante... Me vino a la cabeza con tu pregunta final, sobre si la democracia necesita del capitalismo... También podríamos plantearla del revés..., si la democracia no necesita del capitalismo, ¿de qué necesitaría? Uffff, demasiao p´l viernes. Kaló sabattokyriakó, que dicen los griegos...
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