Con ese nombre parece inmigrante,
pero no, es de aquí, un españolito de pro, muy amante de su tierra, patriota,
que se dice. El hombre no tiene muchas luces, sólo pudo hacer el KGB ese de
antes de la reforma educativa, así que sólo le da para ser lo que llaman “chico
vespa”; “ves pa yá, ves pa cá”, y así que me le tienen todo el día en la obra
donde trabaja. Con su sueldo de mierda sólo le da para un alquiler en el centro
cochambroso de la ciudad, donde vive con su mujer, la Cándida. Tienen cuatro
hijos. A él le parecen demasiados, pero bueno, con las subvenciones para
libros, y para el comedor del colegio van tirando.
Un día le llamaron por teléfono los
del banco. ¡Qué majos! Casi ni le dejaron hablar. “Que sí hombre, usted no se
preocupe por nada, ¡será por dinero! ¡Vaya! Que le dieron un préstamo para
comprar el piso, y además otro para el coche, aunque él, como es un “vespa”
prefiere una furgoneta, es más útil. Y le dieron también para una de esas teles
modernas, que lo van a flipar los chicos cuando la vean. Y así les fue, ¡como
para no sentirse orgullosos de los colores patrios!, ¡vamos hombre! Hasta que
un día. Hasta que un día oyó en el telediario que un “tsunami financiero” había
llegado a Europa desde los Estardos Unidos. No le dio mucha importancia a la
cosa hasta que le echaron del trabajo. “El tsunami, Inocencio, la crisis,
vamos, la burbuja, cá pinchao”. ¿Y ahora
qué? Los números, las letras… nada, no hay nada que hacer, le han dicho en el
banco. “Si no pagas, te quedas en la calle”, “Pero... ¡si en la calle ya estoy!”
“Ya, no, en la puta calle, digo”. Y así
fue. En la calle toda la familia cuando le embargaron el piso, aunque tenía que
seguir pagando las letras al banco. “Pero ¿por qué? Si el piso lo tenéis ya vozotros?
“Ah, amigo, la ley es la ley”. Menos mal que hay gente buena en el mundo, y la
familia se ha repartido entre los vecinos del bloque. Inocencio, Cándida, y el
pequeñín están con Doña Angustias, una solterona, que ahora tiene a su padre en
casa, devuelto, porque el asilo "ha echao el cierre".
En el telediario ha oído que la
culpa de todo la tienen los maestros, que no quieren trabajar dos horas más. Y
los funcionarios todos, que hay demasiados. Y el gobierno ha empezado a
arreglarlo todo, que ya era hora. Y en esto, la Cándida se volvió un día con el
pequeño tó rojo del médico porque han cerrado las pediatrías de la tarde, que
no hay personal, dicen. A los niños les han retirado las subvenciones. Ya no le
dan nada, ni para libros, ni para el comedor. De momento han dejado de ir al
cole por la tarde porque no pueden pagar el menú, y “de los libros ya
hablaremos hijo, que si no se puede no se puede. Tú mírame a mí, anarfabeto
totá; y qué, ¿pasa argo?” Y el niño mira y no contesta. Tendrá que salir a la
calle a pedir, ¡qué remedio! A la puerta de la iglesia. “No”, le ha dicho
Angustias, “que allí no dan, mejor a la beneficiencia”. Allá que fue, pero,
madre mía, cuánta cola. Pero ¿qué está pasando? Sin embargo en el telediario no
hacen más que decir que “se está haciendo lo correcto”, “que las reformas están
dando resultado”. Hasta en Europa dicen que “España está haciendo las cosas
bien, que las reformas son necesarias”. Inocencio no entiende entonces a qué
tanta protesta en la calle, tanto jaleo un día sí y otro también. Y oye hablar
de un rescate. Que sí, que no, y a él se le encienden los ojillos, “¡por fin,
van a venir a rescatarnos! Y reza a la Virgen del Rocío para que el rescate no
llegue demasiado tarde, que la Cándida dice que no puede más. Y de pronto solo
ve banderas españolas en los balcones y piensa en el rescate. La gente está
contenta, por fin va a venir Europa a rescatarnos. Acelera el paso hasta la
taberna a ver si un alma caritativa le invita a una cerveza sin alcohol, digo
yo, que si le han sacado el alcohol será más barata. Y en la tele sale el del
Guindo ese diciendo que “han pedido ayuda a Europa”. ¡Tóma ya!, sale Inocencio
corriendo a decírselo a la Cándida. Ni espera el ascensor, sube corriendo las
escaleras hasta el piso de doña Angustias y le grita, “¡enciende la tele, que
está el del Guindo, Cándida, que ya vienen!” El del Guindo sigue ahí, pero la
Cándida ya no se fía. “¿Pero qué ha dicho el presidente Rajoy? ¿Lo ha dicho
él?” “No lo sé, yo no lo he visto. Estará en otro canal”. Y cambian de canal
buscando la confirmación del señor presidente del gobierno español, pero no
aparece por ningún lado. “Bueno, qué más da. Este del Guindo nos vale”. El
ministro sigue hablando de la ayuda, “¿cuánto dinero ha dicho? Madre mía, son
cifras….¡gastronómicas!, ¡Cándida, estamos salvados! Recuperaremos el piso, los
niños podrán ir al cole con tantos libros que se les va a romper la espalda, ya
verás”. Pero doña Angustias mueve la cabeza a uno y otro lado con cara de….eso.
“El dinero es para los bancos”, suelta la tía. “¿Cómo para los bancos? No seas
tonta Angustias. ¡Es Europa! Será para la gente, ¡mira cuántas banderas en los
balcones!”. “Para los bancos”, repite la angustiosa. Inocencio Malatesta no lo
entiende. “¿Dinero para los bancos? ¿A esos que se han quedado con la casa? ¿A
esos a los que sigo yo debiendo lo que no tengo? ¿Y la gente? ¿Entonces…las
banderas….? Angustias se encoge de hombros y suspira. Es el fútbol. Y las pocas
luces de Inocencio se apagan.
Me quedo sin palabras. Sencillamente fantástico!!!!
ResponderEliminarGracias. A ver si reduciendo el problema a lo esencial abrimos los ojos.
EliminarAngustiante, pero cierto. Ni siquiera las malas testas peperas tendrán voluntad de escapar de la inocente credulidad. A pesar de todo, ¡enhorabuena!
ResponderEliminarA veces, para obtener respuestas sencillas hay que hacer preguntas sencillas. Aunque aún nadie contesta, porque nadie puede explicar lo inexplicable.
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