En estos días en los que todo se tambalea, se empieza a cuestionar también el modelo de democracia tal y como lo conocemos, afirmando, entre otras cosas, que ese modelo basado en el Estado-Nación surgido y exportado por la Revolución francesa ya no nos sirve, que ha quedado obsoleto en nuestro mundo global y globalizado, y donde ese Estado-Nación ha quedado absorbido y devorado por los entes supranacionales que rigen el mundo actual. Se habla así de una postdemocracia y se reclama para ella una nueva filosofía, unas nuevas reglas. No creo que haga falta una nueva filosofía, porque no creo que la democracia tradicional haya quedado obsoleta o inservible. Es mucho más sencillo que todo eso. Simplemente ha sido traicionada. Hemos sido, los ciudadanos, traicionados, engañados. Porque se ha mantenido un simulacro de democracia nacional mientras era groseramente violada en el ámbito supra-nacional. Decía Rousseau que no hay sometimiento tan perfecto como el que conserva la apariencia de libertad porque se cautiva la voluntad misma. Cautivados, engañados hemos estado los españoles, los europeos todos, por la Europa de los mercaderes que creíamos la de los ciudadanos hasta que con la crisis económica se han quitado la máscara sin ningún pudor, sin ninguna vergüenza. Gobiernan directamente en Italia y en Grecia, e indirectamente en el resto de Europa, seguros de que tenemos la voluntad cautiva por tantos años de pantomima democrática. Pero nuestra democracia está tan vacía, que si pudiéramos asomarnos a ella sólo oiríamos el eco de nuestro propio grito de terror y angustia, como el de quien vuelve confiado a su hogar y sólo encuentra al abrir la puerta los muros desnudos.
No hace falta una nueva filosofía. No hacen falta conceptos nuevos para que estos monstruos supranacionales sigan justificando el fraude y el atraco. Sólo hace falta que nos devuelvan lo que nos han robado. Y exigir su cuidado y su custodia al Estado-Nación y al Estado-Pluri- o Multi-, o Supra-nacional, o como sea que quieran llamarlo. Porque los principios de la democracia no dependen de la mayor o menos extensión de un territorio, ni de si son muchos o pocos los países que quieran compartirla perteneciendo al mismo club. La pervivencia y el respeto hacia esos principios está en los políticos que hipotéticamente representan al pueblo que los ha elegido. Pero, si estos no lo hacen, la defensa vuelve a las manos del pueblo. La defensa de la democracia debe volver a las manos del pueblo. Esto, en la filosofía de la democracia tradicional se llama reserva de autoridad o principio de resistencia. Aunque son dos conceptos distintos, viajan siempre juntos, porque el primero podría llevar inevitablemente al segundo. El filósofo alemán Johann B. Erhard escribió al final del siglo XVIII lo siguiente: No es fácil que el pueblo se rebele sin tener razón, pues, como pueblo, no se puede rebelar si antes no están todos de acuerdo, y este común acuerdo sólo es posible mediante una clara comprensión de la necesidad de la revolución […]. Se puede afirmar del gobierno que él fue el culpable de toda revolución, puesto que no se adaptó a la emancipación o no respetó los derechos humanos en el nivel que le correspondía al pueblo. Habrá que estar muy atentos a lo que ocurre en Grecia. Pero no nos pongamos dramáticos. No estoy llamando a la revolución. No deseo que el gobierno me acuse de cometer un delito, aunque si culmina la reforma del Código Penal que propugna seguro que lo hará, aunque me cabe la duda de si lo hará por escribirlo o por pensarlo, sí, como se hacía también en el siglo XVIII.
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