No soy monárquico, Dios me libre. Pero sí me interesa la monarquía como institución. Siempre me ha interesado el recorrido que ha hecho durante la historia desde una posición de omnipotencia casi divina hacia la de servicio público. Si por la primera el rey era una figura poco menos que intocable, por la segunda está tan sujeto a responder de sus acciones como cualquier otro funcionario público. La historia lo ha humanizado, y ha convertido su dignidad real en una simple profesión. Eso es lo que, casi en contra de mi voluntad, vi ayer. Vi a un hombre mayor, cojeando, y pidiendo disculpas por algo que había hecho mal. Parecía sincero, humano. Parecía estar soportando todo el peso de su condición de funcionario público cuando lo hizo. Por eso resulta muy llamativo que los que defiendan al rey lo hagan con argumentos que nos retrotraen a las monarquías de antaño, confundiendo a España con la Casa real o la Corona. El diario ABC justificaba hace poco la cacería real acudiendo a la tradición monárquica, y publicaba el retrato de Carlos III, cazador de Goya. Patético y contraproducente. ¿No teníamos una monarquía moderna, adaptaba a los nuevos tiempos? Si se le va a defender rescatando las valores del siglo XVIII más nos valdría entonces despedirle definitivamente, formar una República y contratar a un presidente al que podamos ir cambiando de vez en cuando. Por cierto, la monarquía borbónica española no escapó a las críticas que soplaban de los vientos de la Ilustración, quizá por eso le puso Goya al perro que dormita junto a Carlos III un collar en el que pone “Rey N. S.”
Dicho esto, tengo que decir también que por lo menos le honra haber pedido perdón por el error cometido. Como debería hacer cualquier funcionario público cuando se equivoca o cuando se le sorprende mintiendo. Del Rey para abajo debían tomar ejemplo el resto de funcionarios públicos con más poder “real” que el mismo Rey, pero con la misma obligación de responder de sus acciones ante el pueblo.
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