El gran Leviatán ha despertado de su
letargo. Desde que Podemos hizo su aparición en el escenario
político español el gran Leviatán del Capitalismo absoluto no ha parado de echar espuma por la boca y de escupir fuego
sobre la formación. De todos los descalificativos que se han vertido sobre
Podemos hay dos que se repiten constantemente: Que es populista, y que sus
propuestas, su programa, es “poco
realista”, cuando no directamente utópico e irreal. Sobre la acusación de
populismo poco hay que decir,
salvo que mueve más a risa que a preocupación. Si por populistas hemos de
entender a los partidos políticos que basan su poder en el apoyo del pueblo
obtenido mediante un discurso destinado a complacerle, resulta gracioso que esta
acusación provenga de un partido que ganó las elecciones regalando los oídos de
su electorado prometiendo lo que sabía que no iba a cumplir, y engañando a los
incautos ocultando aquello que sí iba a hacer. Así que su programa, además de
populista era completamente irreal. De cualquier manera, ¿qué partido, cuando
está en la oposición, o en campaña electoral, no es populista? ¿Es necesario
recordar también todo lo que prometió el PSOE que haría en las últimas
elecciones, y que, al parecer, no tuvo tiempo de hacer en los 21 años
anteriores que estuvo en el gobierno?
Personalmente
me da más miedo la acusación de “poco realistas” cuando se refieren a
las ideas y a las propuestas de Podemos, y más cuando proviene de los
gobernantes pasados, presentes o futuros, porque delata una posición de partida
del que lanza la acusación bastante preocupante. Porque, ¿qué significa
exactamente “poco realistas”? ¿Qué
realidad es la que se toma como punto de referencia para afirmar si una idea es
realista o no? ¿Y esa realidad, cualquiera que sea, es inamovible?, ¿no puede
cambiarse? Parece que nos estemos metiendo en un problema de mecánica cuántica,
y que queramos buscarle tres pies al gato, al
gato de Schrödinger, de ese dichoso gato que no sabemos si está vivo o
muerto hasta que no abrimos la caja. Pero esto es más sencillo, porque todo lo
que hacen los humanos los humanos lo pueden cambiar, pues aquí también, como
en la famosa paradoja, la realidad es alternativa y no existe hasta que el
observador no interviene.
Si
retornamos a la pregunta inicial, ¿qué quiere decir un gobernante (presente o
futuro) cuando acusa a las propuestas del adversario de ser poco realistas?
¿Significa que no tiene más remedio que aceptar las reglas de juego impuestas
por el capitalismo absoluto, o de eso que ahora llamamos “los mercados”? ¿Que
acepta como único marco de referencia ideológico el ideario del liberalismo
conservador aún cuando no lo comparta? ¿Significa que él mismo no está
dispuesto más que a moverse en los márgenes y en los límites que el mercado y
sus intereses le permitan? En la
acusación de “irreal” lanzada al
adversario político va implícito un reconocimiento de resignación, conformismo
e incapacidad para gobernar un estado con iniciativas y políticas propias,
y viene a confirmar la ineficacia del Estado-Nación para hacer efectivo el
Contrato Social originario establecido con sus ciudadanos. Y, de paso, y para
que no quede nada en pie, quien lanza
semejante acusación traslada de facto la soberanía del conjunto de los
ciudadanos a los mercados financieros y convierte las elecciones, el
Parlamento, a sí mismo y a la democracia entera en una simple farsa. Si
todo esto va implícito en esa acusación, ¡qué decir cuando el mensaje se hace
explícito, y además en sede parlamentaria! Lo hizo Rajoy el 11 de julio de 2012 cuando, incumpliendo lo prometido en
campaña electoral, se aprobaron los primeros recortes y la subida de impuestos:
“Hacemos lo que no nos queda más remedio
que hacer, tanto si nos gusta como si no (…) Los españoles hemos llegado a un
punto en que no podemos elegir (…) no tenemos esa libertad. La única opción que
la realidad nos permite es aceptar los sacrificios…”. Esta es, pues, nuestra
“democracia representativa”, aunque
escuchando al presidente del gobierno, ya no sabemos a quién o qué representa.
Repitamos… La única opción que la realidad nos permite
es aceptar los sacrificios. Pero, aún no me queda claro de qué realidad
hablaba Rajoy. Es más, estaría por apostar que está confundiendo ideología y realidad. Y esto, el capitalismo, lo ha sabido hacer my bien. Ha
conseguido que esa confusión se instale como si fuese un dogma de fe
incuestionable, incluso entre aquellos que se quedan al margen del sistema,
expulsados por el propio capitalismo, y condenados por ello a la resignación
ante una “realidad” que les ha caído
como si fuese un cataclismo natural. Y no es así. Existe otra realidad, pero esta es medible, cuantificable, que aparece
y se agrava precisamente como consecuencia de las políticas económicas llevadas
a cabo desde determinadas posiciones ideológicas. Son los datos, pequeños
trozos de realidad pegados a un número. No estaría de más recordar algunos.
Según el último informe de Unicef, la pobreza infantil en España ha pasado del
28% al 36% en los últimos 5 años. Según Cáritas, la población socialmente
excluida en España asciende al 25%, unos 11,7 millones de personas. De estos,
el 77% sufren exclusión del empleo, el 61,7% exclusión de la vivienda y el 46%
exclusión de la salud. Todo esto quiere decir que las personas que disfrutan de
una situación de integración social plena es ya una estricta minoría y en la
actualidad representa tan solo el 34,3%, mientras que en 2007 superaba el 50%.
En 1,7 millones de hogares (unos 4 millones de personas), no puede asumirse el
coste de la energía necesaria para asegurar unas condiciones de habitabilidad
aceptables. Igualmente, en 636.000 hogares (el 3,6% de la población) no entra
ningún tipo de ingreso…esta es la realidad de nuestro país. ¿Hay que admitir esta realidad con la misma
resignación que admitimos las catástrofes naturales? ¿De verdad no se puede
hacer nada para cambiarla? Es evidente que, si a esta situación nos ha
conducido unas políticas económicas llevadas a cabo desde una ideología, otras
políticas, desde otra ideología, más preocupada por la situación de las
personas y menos por los intereses de los mercados, podría cambiarla. Y se ha
intentado.
Se ha intentado, y la ideología, no la
realidad, lo ha impedido. En diciembre de 2013 el PP rechazó
en el Congreso una propuesta de la Izquierda Plural para que no se cortase la
luz, el gas o el agua durante el invierno a las familias que no pudieran
afrontar su coste. La pobreza energética afecta casi al 18% de los hogares, 1,4
millones de viviendas sufrieron cortes de luz en 2012, y puede acarrear entre
2.300 y 9.000 muertes prematuras al año (Observatorio Español de
Sostenibilidad). La portavoz de Iniciativa per Catalunya Verds, Laia Ortiz,
casi rogaba: “Les planteamos un
instrumento legislativo, una medida concreta, para paliar ese sufrimiento. No
estamos hablando de medidas complicadas ni tampoco de cifras presupuestarias.
Es cuestión de voluntad política y de
valentía para defender el interés general frente a las corporaciones y al
interés particular y el negocio”. La medida, calificada de “demagoga”, fue
rechazada con el único voto en contra del PP.
Aunque
más sorprendente ha sido la suerte que ha corrido el decreto antidesahucios de
la Junta de Andalucía. El parlamento de Andalucía había aprobado una serie de
medidas para asegurar el valor social de la vivienda (y no un mero bien de
consumo sujeto a las leyes del mercado) que permitía la expropiación temporal
durante 3 años a los bancos de aquellas viviendas que estuviesen habitadas por
familias en riesgo de exclusión social para evitar su desalojo. No hay que
olvidar que en 2012 hubo 75.375 ejecuciones hipotecarias, un aumento de 72% con
respecto a los datos de 2008; y que cerca del 75% de estos desahucios afectaron
a la vivienda habitual. El decreto andaluz también multaba a las entidades que
mantuviesen viviendas vacías y se negasen a negociar un alquiler social. Inmediatamente,
la Comisión Europea y el BCE arremetieron contra la medida alegando que podía
tener consecuencias negativas “para el
sistema financiero en su conjunto", por las multas directas impuestas
a la banca, y que podría producirse una “reducción
del apetito de los inversores por los activos inmobiliarios españoles, así como
un deterioro en el valor de las carteras de activos inmobiliarios de los bancos
y de la capacidad de los bancos de colocar en los mercados cédulas hipotecaras".
Es decir, evitar echar a la gente a la
calle es malo para el negocio bancario. El gobierno recurrió pues el
decreto andaluz ante el Tribunal Constitucional alegando invasión de
competencias y el TC suspendió su aplicación en julio de 2013.
Resulta
sorprendente la decisión del TC porque el decreto andaluz pretendía
precisamente aplicar los principios establecidos en la propia Constitución española, en
concreto el artículo 47 que establece que «todos
los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada».
Igualmente, el artículo “exhorta a los
poderes públicos a promover las condiciones necesarias y establecer las normas
pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del
suelo de acuerdo con el interés general, para impedir la especulación”. La
sorpresa no es menor cuando el gran Leviatán, primero por boca de Felipe González y después por la de Esperanza Aguirre animaban a un pacto entre
las “fuerzas constitucionalistas”
para detener el avance de Podemos. Debe ser que se les ha olvidado
completamente lo que dice la Constitución, o que también la consideran un
documento utópico e irreal, como el programa de Podemos. Es cierto que éste es
más un ideario de posicionamiento político que un programa de acción de
gobierno, pero eso no disminuye en absoluto su valor, porque, como la
Constitución, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, señala el
horizonte al que hay que orientar la acción política. Y ese es el valor de las utopías. La utopía
evita el desasosiego, el conformismo y la resignación, y nos obliga a emprender
el camino del “ser”, al “deber”, porque sólo percibiendo las
injusticias del presente es posible trabajar para corregirlas, dejar atrás el
mundo “como es”, y aproximarse al
cómo “debería ser”. Y así ha sido
hasta ahora. La sociedad ha cambiado, ha
progresado gracias a personas que se negaron a aceptar la “realidad” tal y como le venía dada, y lucharon para cambiarla.
¿Dónde estaríamos ahora de haber sido “realistas”? ¿Aplicando el Código de
Hammurabi?, ¿en la época de los Señores y los siervos?, ¿en la monarquía
absoluta por derecho divino?, ¿sufriendo aún la explotación laboral de la
primera industrialización?, ¿dónde?
Quizá
haya que recordar a los “partidos
constitucionalistas” las utopías
poco realistas de la Constitución española para que piensen bien antes de
mencionarla si de verdad quieren identificarse con ella, porque, al defenderla,
y a la vista de los recortes perpetrados por la ideología dominante, podrían
fácilmente ser calificados de “antisistema”, otro término despectivo muy de su
gusto. Por ejemplo, ya en el Preámbulo se expresa la utopía máxima, el deseo de
establecer “la justicia, la libertad y la seguridad, y promover el bien de
cuantos integran” la nación española, así como “garantizar la convivencia
democrática dentro de la Constitución y de las leyes conforme a un orden
económico y social justo”; y, por último, “promover el progreso de la cultura y de la economía
para asegurar a todos una digna calidad de vida”.
Además,
se establece que “las normas relativas a los derechos fundamentales y a las
libertades se interpretarán de conformidad con la Declaración Universal de
Derechos Humanos” (art. 10.2), “un sistema tributario justo inspirado en los
principios de igualdad y progresividad” (art. 31.1), una remuneración
suficiente para satisfacer las necesidades del trabajador y las de su familia
(art. 35.1), la protección social, económica y jurídica de la familia (art. 39.1),
la protección de la infancia (art. 39.4), mantener “un régimen público de
Seguridad Social para todos los ciudadanos que garantice la asistencia y
prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad” (art. 41), “organizar
y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las
prestaciones y servicios necesarios” (art. 43.2), el “derecho a disfrutar de una vivienda digna”
(art. 47), y realizar “una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e
integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que
prestarán la atención especializada que requieran”. Por si esto fuera poco, la
CE afirma que “toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual
fuere su titularidad está subordinada al interés general”, y que el sector
público podría reservarse recursos o servicios esenciales si así “lo exigiere
el interés general” (art. 128).
Bienvenida sea pues una formación
política dispuesta a no renunciar a los mandatos de la Constitución,
especialmente el que insta a “remover los obstáculos que impidan o dificulten”
que los derechos en ella recogidos “sean reales y efectivos” (art. 9.2), porque
los partidos tradicionales, postrados por exceso de realismo ante el
Capitalismo absoluto, hace tiempo que renunciaron a ello.