Decía
Milton Friedman que, “sobre inmigración, cuanto menos se diga,
mejor”. No sé si es un buen o mal consejo, pero sí revela mucho temor, temor
a poner de manifiesto las contradicciones y las paradojas del sistema
capitalista, que muchos fundamentalistas del libre mercado defienden a capa y
espada salvo cuando se trata de aplicar los mismos principios a la mano de
obra. Y es que, el recelo hacia el
inmigrante vuelve a resurgir con fuerza en Europa a causa de la crisis, incluso
hacia los propios “ciudadanos” europeos que, como tales, deberían moverse libremente
por la Unión Europea. A menudo el recelo
hacia el inmigrante se esconde detrás de un economicismo aparentemente
incontestable y neutral que podría formularse así: “La inmigración es un instrumento del Capital para empeorar las
condiciones laborales de los trabajadores en los países desarrollados. Es la
ley de la oferta y la demanda. Cuantos más trabajadores de bajos salarios haya
en la economía nacional, más acusada será la competencia, y peores condiciones
laborales habrá que aceptar para ser competitivos”. Quienes así se expresan
parecen querer olvidar los efectos de la economía global sobre el mercado de
trabajo porque, como veremos, la
inmigración en absoluto es una condición necesaria ni suficiente para socavar
los derechos laborales de los trabajadores de los países desarrollados. Lo
que sí parece claro es que la inmigración es un medio, uno más en la estrategia
del Sistema para dividir a los trabajadores y enfrentarlos entre sí, debilitarlos,
y así desactivar cualquier intento de lucha colectiva para mejorar sus
condiciones y sus derechos laborales. Si estuviéramos en la época de Marx diríamos simplemente que con ello
se pretende erradicar la conciencia de clase y sustituirla por una conciencia
nacionalista que, como ha demostrado suficientemente la historia, la pasada y
la reciente, por su carácter pasional e irracional es mucho más manejable. Los que han asumido el discurso
economicista de antes quizá no sepan que han caído en la trampa que pretendían
sortear. Porque su animadversión no se dirige contra el sistema capitalista,
sino contra “otros” trabajadores.
En toda nación hay dos establos.
En ellos se guarda lo que Marx llamaría “ejército
industrial de reserva”, mano de obra siempre disponible y
que “pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y se
mantuviese a sus expensas”. Puede decirse que el primer establo es propio,
“nacional”, y está formado por aquellos obreros aparcados momentánea o
estructuralmente para la producción directa, pero que el sistema ha encontrado otra función igual de útil. El
otro establo pasa más desapercibido porque sus límites son los de la propia
nación. Es el resultado lógico de una economía globalizada que ha borrado las
fronteras para el capital pero que las mantiene o las eleva para las personas
con el fin de mantener las reservas de mano de obra.
En este primer artículo nos ocuparemos solo del “mercado nacional”. Habría que empezar recordando que el “mercado laboral” no es un mercado al uso, en el que puedan concurrir libremente oferta y demanda. De ser así, aún tendríamos horarios de 16 horas diarias, trabajo infantil desde los 4 años de edad, y ningún sistema de protección social. Al menos en Occidente, hace ya tiempo que los gobiernos se dieron cuenta de que debían intervenir y establecer leyes contra la explotación laboral: jornadas razonables, salarios mínimos, sindicación y negociación colectiva y sectorial, cláusulas de revisión salarial para ajustar el sueldo al IPC, trabas a los despidos colectivos, protección al desempleo…. Que todos estos derechos laborales se hayan conseguido gracias a la presión ejercida a los gobiernos por los obreros desde abajo, no significa que el gobierno no pueda volver a desmantelarlos si sufre suficiente presión por el capital desde arriba, o si, simplemente asume sus intereses y se siente identificado con ellos. Sólo le hace falta debilitar la presión que puedan ejercer los trabajadores y encontrar un motivo para hacerlo, y los momentos de crisis son los más adecuados.
Para debilitar a los trabajadores y
desactivar la presión que puedan ejercer para defender sus derechos, el sistema
se ha valido siempre de diferentes instrumentos. El paro es sin duda el más
poderoso (fig.1). Los
altos niveles de desempleo han funcionado como la coartada perfecta para
acometer reformas laborales que, en realidad, no han servido para otra cosa que
para trasladar el coste de la crisis a los trabajadores e ir minando
progresivamente los derechos alcanzados en el Estatuto firmado en 1980.
Fig.1: Tasa de paro en España, 1992-2010 |
La
primera reforma importante tuvo lugar en 1984. Entonces, España tenía un nivel
de desempleo del 21,08%. La reforma tenía por objeto la “lucha” contra el paro
fomentando la contratación temporal, incluso para empleos reconocidos como de
naturaleza permanente. El resultado fue un aumento de la tasa de temporalidad
del 15% al 40% en los años siguientes, aunque se ha estabilizado en la
actualidad en torno al 30%. Durante el período 1985-1993 la contratación temporal
creció un 73% y dentro de ellos, el contrato de fomento al empleo, creció en
sólo cuatro años más de un 150% (Las
reformas laborales en España y su impacto real en el mercado de trabajo en el
período 1985-2008, Cátedra SEAT de Relaciones Laborales – IESE). Entonces,
como ahora, la resistencia a la reforma laboral se desactivaba apelando a la
solidaridad exigida al empleado para con el desempleado, de manera que los
sindicatos debían aceptarla o eran acusados de defender a los primeros “en
contra” de los segundos. Hoy ocurre lo mismo y se esgrimen las mismas
consignas. "Preferimos tener un
trabajador temporal antes que a un parado", dijo en 2011 el entonces
ministro de trabajo socialista Valeriano
Gómez para justificar la reforma laboral de ese año.
La
reforma de 1984 no sirvió para bajar las cifras del paro, (bajó hasta el 16% en
1990 para volver a subir desde entonces, en 1994 ya era del 24%), pero sí para
introducir una dualidad en el mercado laboral al crear un “mercado” de
contratos indefinidos y otro de contratos temporales. División perfecta para
provocar nuevos enfrentamientos entre los trabajadores, ya que todas las
reformas laborales emprendidas desde 1984 tenían como finalidad esencial
eliminar las barreras a los despidos en los empleos indefinidos e igualar las
condiciones de éstos con los temporales. Y todavía hoy, como entonces, se
pretende “combatir” el paro y “salir” de la crisis precarizando el empleo y
exigiendo sacrificios sólo a los trabajadores; ahora, a los que disfrutan del
inestimable “privilegio” de ocupar un empleo indefinido. Así, tal cual, lo dijo
Joan Rosell en agosto de 2013. El presidente
de la CEOE abogaba por retirar a los contratos indefinidos algunos de sus
"privilegios" e incrementar las ventajas para los contratos temporales
que, según confesaba, suponían el 90% de la contratación. Pero aseguraba que su
propuesta tenía pocas posibilidades de salir adelante pues los trabajadores
indefinidos no lo aceptarían. En enero de 2014 volvía Joan Rosell a insistir en
el mismo mensaje: "Ojalá
convenciéramos a los que tienen contrato indefinido de que se bajaran ciertos
de sus derechos para que los pudiéramos incrementar a los temporales".
Pero el jefe de la patronal incrementaba la presión sobre los trabajadores con
nuevos avisos, pues, a pesar de que la reforma aprobada por el gobierno popular
en 2012 es la más dura de las aprobadas hasta el momento, Rosell, aseguraba que
no será la última: "Ni mucho menos. Vamos
a tener muchas, todas las que sean necesarias, porque tenemos que adaptar la
legalidad a la realidad…"
El objetivo de las futuras reformas ya
está fijado. Acabar con todas las modalidades de
contrato y sustituirlo por uno solo. Según el comisario europeo de Empleo,
Asuntos Sociales e Inclusión, László
Ándor, se conseguiría así dar oportunidades a la juventud que, si no
encuentra trabajo, se debe a las dificultades que existen en los mercados
laborales donde hay un empleo excesivamente protegido, el de los contratos
indefinidos, frente al de los temporales (El Mundo, 13/5/2013). Se trataría de un
contrato uniforme con una indemnización por despido inicialmente baja pero que
iría incrementándose gradualmente, "de
manera que se reduzca la brecha existente en materia de protección laboral
entre contratos temporales e indefinidos, que contribuiría a integrar a los
trabajadores jóvenes e inmigrantes en el mercado de trabajo”. En esta
recomendación de la OCDE (El País, 21/2/2014) aparecen ya otros colectivos de
trabajadores a los que se pretende enfrentar cerrando el circuito de todos los
enfrentamientos posibles; empleados contra parados, indefinidos contra
temporales, nacionales contra extranjeros.
El
año pasado, un informe del Consejo Empresarial para la Competitividad aseguraba
que el alto índice de desempleo en nuestro país se debía al aumento de la
población activa en la última década, y señalaba a los inmigrantes como los
culpables de ese incremento, de tal manera que, sin los inmigrantes, la tasa de
paro “teórica” sería del 11,6%. Todos los medios conservadores se apresuraron a
difundir la noticia conduciendo al lector hacia la única conclusión posible. En
“España sobran extranjeros”, es más, en España “siempre” sobraron los
extranjeros. Evidentemente, en ninguna de estas noticias se hacía referencia a
la contribución de los extranjeros a la
economía española durante los años previos a la crisis.
Fig.2: Creación de empleo por sectores entre 2001 y 2005 |
Es
evidente que ahora, con la crisis, la tasa de paro de los extranjeros supera a
la de los españoles, 36,5% frente al 24,2% porque, entre otras cosas, los
sectores en los que ellos eran mayoría han sido los más castigados por la
crisis. Pero si cogemos el número total de parados los extranjeros suponen solo
el 20,4% frente al 79,6% de españoles (enero 2013). Parece, pues, demasiado
simple, o sólo simplemente malintencionado, culpar a los inmigrantes del
elevado índice de paro actual. Si la relación fuera tan directa como se
pretende, ¿cómo explicar los índices de desempleo de 1985 (21,48%) cuando en
España apenas había 240.000 inmigrantes? ¿O el desempleo de 1994 (24%,), cuando
había 461.400 inmigrantes? Por otro lado, parece que hemos olvidado que la
“inmigración laboral” no es un fenómeno que se comporte irracionalmente, sino
que, como es lógico, acude allí donde se demanda empleo y se le “reclama”, y la
España de la última década, la España de la burbuja inmobiliaria reclamaba
mucha mano de obra. En 2010 los
extranjeros residentes en España eran algo más de 5,7 millones de personas.
El 85% de esa inmigración llegó a España
entre los años 2000 y 2009. En esos años el paro bajó hasta el 8,3% en
2007, cuando el número de extranjeros superaba ya los 4,5 millones. Entre los
años 2000 y 2007 se crearon 4,85 millones de empleos, de los que 2,3 millones
fueron ocupados por españoles. La construcción fue sin duda el sector de
“reclamo”. En 2007, 1 de cada 5 inmigrantes estaba ocupado en esta actividad.
Los demás, en comercio, hostelería, industria, servicio doméstico, agricultura
y pesca (fig.2). En estas seis actividades estaba ocupado el 73% de los
inmigrantes (Trayectorias laborales de
los inmigrantes en España, Obra Social ”la Caixa”, 2011). Son estos también los años de mayor
crecimiento de la economía española, un modelo de crecimiento que, sin
duda, hoy sabemos que era equivocado, pero un crecimiento del que todo el mundo
se vanagloriaba. Según un informe de la Oficina Económica de la Presidencia del
Gobierno publicado en 2006, el crecimiento económico en términos de PIB estaba
entre el 3% y el 4% desde 1996, es más, “el
30% del crecimiento del PIB de la última década cabe ser asignado al proceso de
inmigración, y este porcentaje se eleva
hasta el 50% si el análisis se limita a los últimos cinco años”. Un informe
de la Caixa confirmaba que “el
crecimiento diferencial de España se explica de forma significativa por el
rápido crecimiento de su población activa, gracias, sobre todo, a dos factores:
la inmigración y el ingreso masivo de la mujer al mercado de trabajo». («Economía española y contexto internacional»
Informe semestral I, Julio 2006). Este último fenómeno ilustra cómo, no sólo la inmigración es compatible con el
descenso de la tasa de desempleo, sino que la inmigración misma puede crear
puestos de trabajo para los nativos al sustituirles en actividades no remuneradas
(como las “amas de casa”) o de aquellos empleos peor pagados. Así, entre el año
2005 y el 2008, la tasa de actividad de los varones españoles había crecido
ligeramente (66,79% en 2005, frente a 67,54% en 2008), mientras que la de las
mujeres españolas había subido casi cuatro puntos, desde el 44,07% en 2005 al
47,80% de 2008 (EPA, 2008).
La
explicación a esta compatibilidad entre un cierto nivel de paro estructural
nativo (en España entre el 7 y el 8%) y la demanda de mano de obra extranjera
se encuentra en la propia economía de los países industrializados, en donde se
ha desarrollado un mercado laboral dual o segmentado; uno, de empleos que
reclaman los nativos, bien remunerados, de media y alta cualificación; y otro
de empleos reservados a los extranjeros porque son empleos mal pagados,
inestables, no cualificados, peligrosos, degradantes y de poco prestigio. En la
jerga anglófona se les conoce como trabajos 3D (Dirty, Difficult and Dangerous), y en la nuestra trabajos 3P (Peligroso, Penoso y Precario). La teoría del mercado dual consigue
explicar a la perfección por qué estos trabajos son rechazados por los
trabajadores locales y por qué ya no pueden ocuparse, como lo fueron antaño,
por las mujeres y los jóvenes. En resumen, la explicación sería la siguiente: “En
las economías avanzadas existen trabajos inestables, originados por la división
de la economía en un sector primario de uso intensivo de capital y en un sector
secundario de uso intensivo de mano de obra y baja productividad. Los
trabajadores locales rechazan esos trabajos porque denotan una posición social
baja y tiene poco prestigio, ofrecen pocas posibilidades de ascenso y no
motivan. La reticencia de los trabajadores locales a ocupar trabajos poco
atractivos no puede solucionarse a través de mecanismos de mercado normales,
tales como aumentar los salarios correspondientes, pues aumentarlos en el
extremo inferior de la escala laboral exigiría aumentarlos proporcionalmente en
los siguientes escalones para respetar la jerarquía, lo que produciría una
inflación estructural. Los trabajadores extranjeros de países de bajos ingresos
están dispuestos a aceptar esos trabajos porque el bajo salario suele resultar
alto si se lo compara con lo que es la norma en sus países, y porque la
posición social y el prestigio que cuentan para ellos son los de su país. Por
último, tal demanda estructural de mano de obra para los trabajos de los
niveles más bajos ya no puede atenderse recurriendo a mujeres y adolescentes,
ya que el trabajo femenino ha perdido su condición secundaria y dependiente en
favor de una condición autónoma y orientada a la carrera profesional. Además,
el menor índice de fecundidad y la prolongación de la educación han reducido la
disponibilidad de los jóvenes”.
Fig.3: Distribución de la población ocupada según
el Catálogo Nacional de Ocupaciones, 2007
|
Antes
de terminar es necesario reconocer que en la economía española existe un
problema que puede afectar a los trabajadores independientemente de su origen.
Y es la existencia de una economía
informal, sumergida, de las más altas de Europa, cercana al 25% del PIB.
Una economía sumergida tan consolidada como la española promueve la inmigración
irregular, que es atraída a través de los circuitos de información de las redes
sociales por lo que tiende a concentrarse en los grandes focos industriales y
demográficos. La economía sumergida no sólo supone sustraer importantes recursos al
Estado, sino que lo hace por la vía de la explotación directa sobre las
personas al sortear los mecanismos de protección de un mercado laboral formal y
regulado por el derecho. En este sentido, no sólo es injusto, sino fatal
para la unidad de los trabajadores confundir a las víctimas con los verdugos.
Afortunadamente los sindicatos obreros no se han dejado arrastrar por el
populismo xenófobo que barre estos días Europa de un extremo al otro y aún
guardan y protegen la “conciencia de clase” como si fuera el último bastión, la
última plaza que el capitalismo quiere conquistar y derribar. Así por ejemplo,
la Confederación Europea de Sindicatos
(CES) aprobó en 2013 un Plan de Acción sobre la Migración, en el que, entre
otras cosas, podía leerse: “La CES
rechaza la idea de que las políticas de migración futuras sólo podrían guiarse
por objetivos utilitarios. La CES apoya el enfoque de mostrar la contribución
positiva y concreta que los migrantes ya están haciendo a la economía europea.
Además, la CES hace hincapié en que se debe, por supuesto, considerar a los
migrantes como trabajadores, pero sobre todo y ante todo como seres humanos”.
Entre sus propuestas está la de incentivar una inmigración estable y duradera,
pues “cuanto más corto sea el permiso de
residencia y de trabajo menores son las oportunidades para que los migrantes
vean sus derechos reconocidos y respetados y para evitar el dumping social. La
CES abogará por la eliminación de los factores de vulnerabilidad de los migrantes
en el mercado laboral”. En este mismo sentido se expresaba CC.OO en un documento de 2007 titulado Inmigración
y mercado de trabajo. Propuestas para
la ordenación de flujos migratorios.
Asegura el sindicato que en la economía formal y regulada no hay
competencia entre inmigrantes y nativos al encontrarse unos y otros en igualdad
de derechos laborales al acceder a un empleo. Y aunque reconoce “el problema de
la inmigración ilegal”, no pierde de vista a quién perjudica de verdad: “A los trabajadores y trabajadoras que la
padecen, porque los hace extremadamente vulnerables y los expone a todo tipo de
abusos y explotación de aquellos empresarios desaprensivos que se aprovechan de
tal situación con el único objetivo de obtener beneficios ilícitos e ilegítimos…
A la economía del país, al moverse en la economía sumergida sin contribuir a
los gastos que el Estado debe soportar, así como para nuestro modelo social y
sistema de protección social (…). Para el mercado de trabajo, para la
contratación, para las condiciones de trabajo, para las condiciones salariales
y para los derechos y relaciones laborales, al ejercer una presión a la baja
que sólo puede producir retrocesos y encierra grandes riesgos de confrontación
entre los trabajadores, con el consiguiente peligro de deterioro en la
convivencia social y democrática”.
No
nos imaginábamos aún en 2007 hasta qué punto la convivencia social y
democrática corría peligro, pero no por la crisis, sino porque una buena parte
de los trabajadores ha olvidado o perdido su conciencia, y, cegado por la ira,
el miedo y el desconocimiento, yerra el tiro apuntado al adversario equivocado.
Bien explicadas todas las hipótesis : El sistema capitalista no cree mas que en números y beneficios y los factores de máximo beneficio para los actores financieros son globalizar los flujos de dinero , bienes y productos . Los imperios ahora no conquistan países sino que los poseen .Solo puedes jugar o a ese juego del monopoly o ser un peón . Ser un peón es acomodarte a donde te vayan llevando como a las ovejas por un lado y otro .Ahora toca que hay poco pasto y si encima vienen ovejas de otras zonas para comer el mismo pasto vas a pasar hambre .En otros países desarrollados hay perros pastor que saben llevar a las ovejas a otras zonas de pastos . En este país solo quedan los perros para ladrar a los que se quejen de que no hay pasto.
ResponderEliminarCreo que está bien elegida la metáfora de las ovejas y los perros pastor, pero, si has leído la serie completa, verás que no se trata tanto de que los perros lleven a las ovejas de un sitio a otro, como de vigilarlas para que no se salgan del redil y así poder esquirlarlas a placer. En eso consiste la globalización para las ovejas; para ellas hay barreras, para los perros no.
EliminarUn saludo