El ejemplo de la
ampliación de la UE hacia el Este analizado en el artículo anterior demuestra
hasta qué punto las naciones se ven incapaces de actuar de marco protector de
los ciudadanos a los que supuestamente representa. Incluso en un mercado
integrado como es la Unión Europea el capital ha conseguido hacer converger las
condiciones macroeconómicas que dificultarían la libre circulación de capitales
y de mercancías (moneda única, déficit, deuda, inflación, etc.) al mismo tiempo
que mantiene las diferencias nacionales en materias tan importantes como la
fiscalidad, los mercados laborales y los sistemas de protección social. Obteniendo mayores ventajas con la división
que con la unión, es muy difícil que en esta Europa de los mercaderes se avance
en una unión política que pudiera corregir los desequilibrios regionales. Una vez conseguida la unión del mercado, el
capital sólo requiere del poder político la vigilancia y cuidado del orden
establecido. O, como se afirma de manera explícita en sus documentos, que
sean meros “guardianes de la
competitividad”.
Si salimos del mercado
común europeo y pensamos ahora en el mercado global las conclusiones son las
mismas, pero las ventajas para el capital son infinitamente mayores, porque
mientras que el dinero y las mercancías tienen libertad de movimiento, la mano
de obra permanece recluida en un mundo desigual, en un mundo de ricos y pobres,
pero tan útil la diferencia en la escala global como lo es en la pequeña escala
europea. Mantener estas reservas es fundamental para el capitalismo, pues, de
otro modo, como sostiene Immanuel Wallerstein,
“la libre circulación de personas
socavaría el sistema mundial de costes laborales diferenciados, tan decisivos
para maximizar los beneficios a escala mundial”.
Así que los salarios nacionales de los diferentes
países no dependen ya solamente de la estructura laboral propia, sino del nivel
salarial existente en las regiones en desarrollo en donde las reservas de
mano de obra barata no para de crecer. Según un informe del FMI del 2007, la globalización es responsable de la
disminución de 7 puntos en los salarios de los países industrializados en los
últimos 25 años. Una de las razones, apunta el informe, es que la masa
laboral mundial se ha multiplicado por cuatro con la incorporación al mercado
de los trabajadores del sudeste asiático, China, India y la Europa del Este.
Según previsiones de la ONU, la población en edad de trabajar crecerá aún un
40% más hasta 2050. En su Informe Mundial
sobre Salarios 2012/2013, la OIT confirma el aumento del capital en el
reparto de la renta al tiempo que disminuye la participación de los salarios,
causada, asegura, por el “avance
tecnológico, la globalización del comercio, la expansión de los mercados
financieros y la declinación en densidad sindical, lo cual ha erosionado el
poder de negociación de los trabajadores”. Dicho en lenguaje llano, la
libertad de movimiento otorgada al capital y a las mercancías, y negada a la
mano de obra, ejerce sobre ésta una presión insostenible que se traduce en el
chantaje de la deslocalización si no
se accede a reducir salarios y derechos laborales. De nuevo, el experimento
europeo aplicado a escala global.
Fig.1: Las deslocalizaciones a escala global |
Según el McKinsey Global
Institute el mercado planetario de las deslocalizaciones movió en 2010 110 mil
millones de dólares, frente a los 30 mil de 2005. Eso supone que 4,1 millones
de empleos se realizan en centros deslocalizados. Este fenómeno, que en
realidad se traduce en la contratación de mano de obra barata en los países del
Tercer Mundo, es un fenómeno imparable, porque, en palabras de Raghuram Rajan, economista jefe del FMI
en 2005, “es intrínseco a una economía
dinámica”. En una primera oleada de
deslocalizaciones el trabajo directamente afectado era trabajo de baja
cualificación ligado a los procesos industriales. En el caso de España,
África, y especialmente Marruecos, ha sido el área más atractiva para las
deslocalizaciones. La cercanía y una mano de obra a 0,87 euros la hora han sido
sus principales atractivos. Después de Francia, es España el país que más ha
invertido en el área con más de 800 empresas de todos los sectores y tamaños:
Mondragón, Indo, Abanderado, Roca, Simón, El Corte Inglés…En 2008 el textil español daba trabajo al 50% de los trabajadores de
Marruecos. En la otra cara de la moneda, si en los años 90 el sector
empleaba a más de 300.000 trabajadores, en 2013 se contabilizan unos 135.000.
En la actualidad, Mango, Inditex y
Cortefiel tienen el 90% de su producción localizada fuera de España, en
países del Tercer Mundo, fundamentalmente África y Asia. De hecho, según la
Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Asia concentra
casi el 60% de las inversiones directas extranjeras atraídas por unos costes y
unas condiciones laborales rayanas en la esclavitud (fig.1). Además, para
incrementar la producción sin aumentar los costes, muchos empresarios utilizan
el trabajo a destajo, establecen objetivos de producción excesivos o falsifican
el registro de horas trabajadas. En la provincia china de Guangdong las jóvenes
hacen 150 horas extras al mes en las fábricas de confección, pero el 60% no
tiene contrato de trabajo y el 90% no tiene acceso a la seguridad social. Menos
de la mitad de las mujeres empleadas en el sector de la exportación de textiles
y de prendas de vestir en Bangladesh tiene contrato de trabajo y la gran
mayoría no tiene bajas de maternidad o cobertura sanitaria. Así que los costes
laborales de una camiseta fabricada en los países subdesarrollados que se vende
a 29 euros en Europa son de 0,18 euros (fig.2).
Fig.2: Desglose de los gastos de una camiseta |
El
desplome del edificio Rana Plaza en Bangladesh en el que murieron 1.127
personas volvió a recordar al mundo las miserables condiciones en las que se
trabaja en los llamados países emergentes, presionados por
un mercado global que demanda productos cada vez más baratos. Oxfam
internacional había denunciado ya en 2004, en su informe Más por menos. El trabajo precario de las mujeres en las cadenas de
producción globalizada, cómo, el modelo de negocio preponderante, el just in time delivery (“entrega justo
a tiempo”), con sus exigencias de producir siempre “más rápido”, “más flexible”
y “más barato” había facilitado la aparición de empresas e intermediarios
subcontratados entre las multinacionales y las cadenas de suministro. El
distanciamiento geográfico y
administrativo entre los centros de decisión y el lugar de fabricación
explican un contexto global donde las responsabilidades se diluyen y el
rendimiento de cuentas se dificulta. Y es lo que ha pasado en el accidente de
Bangladesh. Ninguna de las grandes marcas para las que se trabajaba
confeccionando o empaquetando ropa, Inditex, El Corte Inglés, Walmart, H&M,
Benetton, Le Bon Marché o Primark, quería asumir ningún tipo de responsabilidad
en el accidente, aunque la presión internacional sí ha logrado que se firme el
Acuerdo Bangladesh para que se aumenten las inspecciones a los talleres e
indemnizar a las víctimas mediante un Fondo de Compensación recaudado entre las
multinacionales. Las protestas en Bangladesh, y en otros lugares como en
Camboya, o incluso en China para reclamar mejoras laborales y aumentos de
salarios están provocando que el capital empiece a mirar hacia otras reservas
de mano de obra. H&M, por ejemplo, ha anunciado que empezará a surtirse en
África subsahariana, en fábricas de Etiopía y Kenia.
Fig.3: Tasa de emigrantes altamente cualificados en países de la OCDE |
Pero los mecanismos
transnacionales de dominación y explotación de la mano de obra a escala global
no se detienen en la búsqueda constante de estos ejércitos de reserva, sino que
reclama y atrae a la mano de obra cualificada. Para este tipo de mano de obra
sí existe una cierta libertad de movimientos, y cuanto más cualificada, más libre.
No hay que olvidar que en el capitalismo esta mano de obra es, ante todo, “capital
humano”. Formado en cualquier parte del mundo, pero igualmente disponible para
el sistema, este tipo de mano de obra sí es bien acogida en los países
desarrollados (fig.3). El subdesarrollo
es por tanto un producto del desarrollo, y a través de la migración internacional
de la mano de obra cualificada se perpetúan y se refuerzan las desigualdades
entre las regiones, entre el Centro y su Periferia. Según un informe de la
UNESCO, en los países de la OCDE, el número de inmigrantes altamente
calificados casi se duplicó en la última década, pasando de 12 a 20 millones de
personas. Seis de cada diez migrantes muy calificados residentes en países de
la OCDE en 2000 procedían de países en desarrollo. Calcular la fuga de cerebros
como una proporción del total de la fuerza laboral educada ilustra muy bien las
presiones ejercidas sobre el mercado laboral local. La tasa está entre el 33% y
el 55% en Angola, Burundi, Ghana, Kenya, Mauricio, Mozambique, Sierra Leona,
Uganda y Tanzania. La proporción es aún mayor, en torno a un 60%, en Guyana,
Haiti, Fiji, Jamaica y Trinidad y Tabago. Y cuanto más se invierte en educación
y más aumenta la masa laboral cualificada mayor es la fuga de cerebros. En 2008
en algunos países del Caribe la tasa superaba el 80%. Traducido a hechos cotidianos,
puede suponer que, por ejemplo, desde 1990 20.000 médicos, profesores
universitarios, ingenieros y otros profesionales hayan emigrado anualmente de
países africanos a países industrializados, o que Ghana perdiera ya hasta ese
año el 60% de sus médicos.
Existe, por tanto, un mercado dual organizado a escala planetaria en el que un sector primario
de uso intensivo de capital tiende a concentrarse en los países desarrollados,
mientras que el sector secundario de uso intensivo de mano de obra ha quedado
relegado a los países en desarrollo. Si en el primer caso el sistema necesita
el traslado de la mano de obra calificada desde los centros de formación hacia
los centros de producción; en el segundo caso el sistema necesita que la mano
de obra no cualificada se mantenga retenida en los centros de producción. De
esa manera, y una vez conseguida la libertad de movimientos de capitales y
mercancías, mientras se impide la circulación del trabajador hacia las
economías desarrolladas (con mercados protegidos), sí circula el producto de su
trabajo, conseguido con salarios y jornadas de explotación hacia los centros de
consumo donde se venderán a precios mucho más altos y con unos márgenes de
beneficios desorbitantes, mientras los trabajadores apenas consiguen salir de
la pobreza.
Fig.4: Empleos perdidos por deslocalización en España 2000-2007 |
Siendo cierto todo lo
anterior, desde el cambio de milenio, y gracias al desarrollo de las
tecnologías de la información y la comunicación, estamos asistiendo a una segunda fase en el fenómeno de las
deslocalizaciones que necesita también de los cerebros que se queden retenidos
en sus lugares de origen. Las deslocalizaciones
de BPO, o de Gestión de Procesos de Negocio (por sus siglas en inglés, Business Process Outsourcing) afectan a
los servicios de contratación de personal, contabilidad, call centers o teleoperadores, asesoría jurídica o informática,
diseño, contabilidad, trámites y gestión de datos, etc. Para los países
anglosajones India es el paraíso de los teleoperadores. Allí, un teleoperador
especializado en informática puede cobrar unos 4.100 euros al año, mientras que
en el Reino Unido cobra 18.700. En Estados Unidos el 23% de los empleos del
sector informático está subcontratado en países emergentes. Para España América
Latina es el paraíso de los call centers.
Aunque aprovechando la crisis y el consiguiente desplome de los costes
laborales muchas empresas están relocalizando en España, Telefónica, Jazztel, Orange
o Vodafone, siguen teniendo gran parte de sus servicios de venta o de
asistencia al cliente subcontratados a empresas de teleoperadores de Argentina,
Chile o Colombia. Si unimos esta segunda fase de deslocalizaciones a la
primera, resulta que en España las
deslocalizaciones han aumentado considerablemente desde el año 2000. Sólo
en los 5 años siguientes al cambio de milenio se realizaron 240 operaciones. Y
si prolongamos el periodo hasta 2007, se han perdido anualmente unos 8.000
puestos de trabajo, aunque el pico se dio en 2006 con la pérdida de 15.000 empleos
(fig.4).
Así que la globalización ha obligado a las naciones
a renunciar a su soberanía económica, y está obligando a los gobiernos a
desmantelar los mecanismos de protección de sus ciudadanos. Un mercado
laboral regulado y protegido contra la explotación ahuyenta el capital. Y para
atraerlo, las naciones-establo han iniciado una carrera hacia los mínimos,
rebajando salarios y estableciendo una regulación fiscal tan laxa que le permite
al dinero entrar con la misma facilidad con la que le permite marcharse. El
Estado-nación ha quedado así obsoleto, ha sido sobrepasado por el capitalismo y
está tan debilitado que ya sólo se limita a controlar y adecuar los flujos de
mano de obra a las necesidades del mercado global. Y el mercado necesita reservas
de mano de obra, retenida, recluida en los límites de la nación establo, tan
explotable como pobre e inmóvil se mantenga. La circulación de bienes sustituye
a la circulación de personas, y la libertad de movimientos del capital es
suficiente para obligar a los trabajadores a aceptar recortar salarios y
derechos laborales con el fin de mantener sus empleos y evitar que la empresa
se vaya a otra parte. Las fronteras, las
vallas, vestigios del Estado-nación, en realidad no sirven para defendernos de
ninguna invasión, sino para mantenernos a buen recaudo, listos y dispuestos a
la explotación. Imaginemos, como propone
Joseph Stiglitz, un mundo al revés, un mundo en donde la mano de obra
pudiese circular libremente pero no el capital. Los países competirían para
atraer trabajadores. Prometerían buenos sueldos, buenos colegios para sus hijos,
seguros médicos, menos impuestos al trabajo y más a las rentas del capital con
los que se financiarían los servicios públicos…Pero, concluye Stiglitz, “ese no es el mundo en que vivimos, y en
parte se debe a que el 1 por ciento no quiere que sea así”.