El concepto mismo, “capital humano”,
ya produce bastante inquietud. Admite de
entrada que el ser humano ha de
servir para algo, y que su valor dependerá de aquello que podamos obtener de él.
El ser humano es una inversión, una más dentro del sistema, y su rentabilidad
vendrá igualmente determinada por el binomio coste-beneficio. De modo que,
desprovisto así de valor propio o intrínseco, el ser humano ha pasado a
convertirse en un medio, en una pieza más del sistema y no precisamente la más
importante. Ahora se parece más a la “herramienta animada” de la que hablaba
Aristóteles refiriéndose a los esclavos, o a las “herramientas parlantes” de
Varrón. Y el Sistema Educativo es quien, naturalmente, se encarga de fabricar
estas herramientas. Durante un tiempo llegamos incluso a pensar que la Educación
era un derecho, un medio para borrar las diferencias de clase y uno de los
pilares de la democracia que debía garantizar la igualdad de oportunidades a
todo el mundo. Pero no es así. Como en tantas otras cosas, la crisis debería
abrirnos bien los ojos, porque la educación
no forma parte de la Democracia sino del Capitalismo, y está al servicio de
éste y no de aquélla.
Fig.1: La producción del Sistema Educativo |
Que la educación está al servicio
del mercado no debería sorprender a nadie. Todos admitimos que el Sistema
Educativo debe proporcionar una formación adecuada para que las personas puedan
integrarse en el mercado laboral con cierto grado de éxito en función de la
formación recibida. Lo que no sabíamos, al menos no con tanta claridad como
ahora, es que esa fue siempre su única función. Es difícil encontrar esto
formulado de manera tan explícita y tan clara como en el Informe El valor económico del capital humano en
España (Ivie-Bancaja, 2002): “Consideramos
el sistema educativo como un sector económico cuya finalidad es combinar
diferentes inputs para que los estudiantes adquieran capital humano (…). Los
individuos adquieren capital humano para utilizarlos con fines productivos, y
así aumentar el valor presente de sus rentas futuras” (fig.1). Desde este punto
de vista, el sistema invierte y, por
tanto, controla y diseña el Sistema Educativo ajustándolo a sus necesidades
porque presupone una relación directa entre la formación de capital humano y su
propio mantenimiento y desarrollo. De los muchos ejemplos que se podrían
poner para ilustrar esto nos quedamos con dos: Uno, el Anteproyecto de Ley de Reforma Educativa, la Ley Wert que, en su versión de
septiembre de 2012, arrancaba así: La
educación es el motor que promueve la competitividad de la economía y el nivel
de prosperidad de un país. El nivel educativo de un país determina su capacidad
de competir con éxito en la arena internacional y de afrontar los desafíos que
se planteen en el futuro. Mejorar el nivel de los ciudadanos supone abrirles
las puertas a puestos de trabajo de alta cualificación, lo que representa una
apuesta por el crecimiento económico y por conseguir ventajas competitivas en
el mercado global”. Este texto ha quedado bastante suavizado en la versión
definitiva de mayo de 2013 y ha sido relegado a la segunda página. El segundo
ejemplo lo encontramos en la nueva asignatura optativa diseñada para
Bachillerato en Castilla-La Mancha, Iniciación
a la actividad emprendedora y empresarial (DOCM, 26 de julio de 2012).
Además de fomentar actitudes emprendedoras
al alumnado, la nueva materia se propone como objetivos, entre otros, explicar y transmitir con rigor el papel del
empresario, y su función decisiva en la creación de riqueza y generación de
puestos de trabajo, dentro de un sistema de mercado, y fortalecer los vínculos entre el mundo de la empresa y el sistema
educativo.
Fig.2: Camino a las competencias. Los jóvenes y las competencias, UNESCO, 2012 |
Como una buena parte de la educación
la financia el Estado, el Estado quiere resultados. Pero no resultados
individuales que no le sirven para nada, del tipo, por ejemplo, haber aprendido
griego como para leer la Ilíada en esa lengua aún escondida en la nuestra; o
haber aprendido a degustar la pincelada de Caravaggio o a emocionarse con los
acordes de Mozart; no, eso no vale, eso es puro entretenimiento. Quizá le valga
al individuo pero no a la sociedad, y la
sociedad quiere saber cuánto de lo invertido en nosotros puede recuperar.
Es lo que llama “tasa de retorno”,
lo que nos convierte en “capital humano” y nos hace útiles y utilizables, o,
mejor, empleables. Eso es lo que quiere saber el sistema y quiere saberlo desde
que somos pequeñitos, quiere saber exactamente qué somos capaces de hacer y qué
no, y para ello ha elaborado una metafísica capitalista disfrazada de pedagogía
que se llama “evaluación por
competencias”. Además, ahora una prueba le dirá al Estado al final de cada
etapa educativa si la inversión ha sido rentable o ha perdido el tiempo con
nosotros, qué tipo de herramienta somos y en función de todo esto nos dará un
papel que determinará cuál es nuestra posición dentro del sistema. El lenguaje
de la pedagogía lo disfraza a su manera, pero el informe antes citado del Ivie-Bancaja no se
anda por las ramas: Bajo el concepto de
capital humano se recogen aspectos relativos a los individuos, como la
educación recibida, la experiencia laboral y la capacidad mental y física. La
dificultad de cuantificar tales aspectos resulta evidente: habría que valorar
no sólo el conjunto de los conocimientos adquiridos por cada individuo y su
capacidad para aplicarlos, sino la capacidad para adquirir y aplicar en el
futuro nuevos conocimientos. Todo ello debe ser computado, puesto que
constituye el conjunto de recursos incorporados a los individuos, recursos que
condicionan la capacidad productiva presente y futura de los seres humanos. Por si no
estuviera suficientemente claro, el informe del Consejo Económico y Social, Sistema educativo y capital humano
(2009), lo sentencia: Tales competencias,
entendidas como el conjunto de capacidades, habilidades y actitudes,
complementarias a las de carácter técnico, que contribuyen al mejor desempeño
del puesto de trabajo, están adquiriendo una importancia creciente como factor
de empleabilidad. La literatura especializada distingue ya tres tipos de
competencias y nos señala el recorrido educativo necesario para adquirirlas:
Básicas (necesarias para conseguir un trabajo que nos permita subsistir, o para
continuar nuestra formación), transferibles (capacidad de resolver problemas,.. mostrar dotes de mando y evidenciar
capacidades empresariales), y técnicas y profesionales (fig.2).
Así que, según la teoría del capital
humano, cuanto mayor es el capital humano
de un individuo, mayor es su empleabilidad, su participación en el mercado de
trabajo, su movilidad funcional y geográfica y, por tanto, su productividad
(El rendimiento del capital humano en
España, Ivie-Bancaja, 2007). Pero aquí surge un problema: ¿cuál es el capital humano de un licenciado
o un graduado en relación al de un bachiller o alguien que tenga sólo estudios
primarios? Y, dado que el empresario cuando contrata a un trabajador lo que
hace es comprar su capital humano a
cambio de un salario, ¿a cuánto se paga
el capital humano de un licenciado, o de alguien que sólo haya concluido la
Secundaria? La solución, evidentemente, la tiene el mercado. El mercado decide
qué parte del capital humano disponible será utilizado con fines productivos y
fija su coste, de manera que, rizando el rizo, y suponiendo una relación
directa y proporcional entre formación y salario, se asegura que el capital humano correspondiente a cada
tipo de educación se reflejará en los salarios percibidos. Ni más ni menos.
Eso sí, el mercado tiene muy claro que el
capital humano de un universitario especializado en la filosofía moral del
siglo XVI, o en ciertos tipos de análisis teóricos, no será el mismo que el de
los especializados en materias más productivas. Por eso se critica con
insistencia en este tipo de estudios los
excesos permanentes de oferta en algunas titulaciones de humanidades, lo
que indicaría una clara inadecuación de
las universidades, a las necesidades del mercado. Según el estudio Universidad, universitarios y productividad
en España (BBVA, 2012), un graduado
en el área de ciencias tiene una probabilidad de ser activo 6,8 puntos porcentuales
mayor que un graduado en Humanidades. La diferencia crece hasta 7,2 puntos en
el caso de las Ciencias Jurídicas o Sociales, 5,5 puntos para las Ingenierías y
otros estudios técnicos y 17,5 puntos para Ciencias de la Salud.
Aquí es donde empezamos a intuir que
la teoría del capital humano no funciona
como debería. Incluso considerando a los institutos de Secundaria y a las
Universidades como fábricas de mano de obra, de “capital humano”, en donde la
cualificación, la utilidad y el precio final del producto dependen del escalón y
el itinerario escogido por cada individuo, su cumplimiento exigiría la perfecta
adecuación de la oferta con su demanda, es decir, que se fabrica la mano de
obra que se necesita y para lo que se necesita, y ni uno más. Pero no es así. De las dos variables en juego, educación y
mercado, como es la educación quien está al servicio del mercado y no al revés,
se responsabiliza del desajuste a la educación, y es por ello objeto de
interminables reformas, considerándolo siempre un modelo fracasado. Pero si
examinamos las dos variables para el caso español, resulta difícil acusar a la
educación y no a la economía del fracaso.
Fig.3: Evolución de la formación de la población adulta en España 1997-2007 |
En 1964 sólo el 10% de la población
en edad de trabajar (más de 16 años) tenía estudios medios o superiores. En el
año 2000 este último grupo ya supone el 55% de la población. En el año 2007 el
29% de la población adulta (entre 25 y 64 años) tenía estudios universitarios.
El 22% tenía estudios de bachillerato o de grado medio y el restante 49%
estudios de Primaria o Secundaria (fig.3). A pesar de esto, las tasas
de acceso a la Universidad (porcentaje de alumnos del total de cada año en edad
de comenzar estudios universitarios) han ido bajando desde el año 2002, debido
fundamentalmente a la fase expansiva de la economía en España basada en la
construcción, lo que hacía más atractivo a los jóvenes el acceso temprano al
mercado laboral. Desde 2008 y a causa de la crisis, las tasas de acceso han
vuelto a subir, incluso por encima de los valores previos a la crisis, del
orden del 52% (Panorama de la educación en
España, OCDE, 2012).
Fig.4: Coste anual por trabajador según el nivel de Formación |
España
es además el país donde menos diferencias salariales hay entre los distintos
niveles educativos
(fig.4)
La diferencia entre un graduado universitario y una persona que tenga sólo
estudios secundarios es del 47%, cuando en otros países es mucho más amplia,
así, en Estados Unidos es del 110% y en Reino Unido del 89%. Un par de datos
más. España es también el país con un
mayor porcentaje de contratación temporal, más del 30%, el doble que la
media de la UE-27, y este tipo de contrato afecta al 55% de los jóvenes entre
16 y 30 años. De manera que es también
España el país con el mayor índice de sobrecualificación de Europa (fig.5).
El nivel de la población empleada ocupando empleos por debajo de su formación
en 2007 estaba en el 25%. La crisis elevó la cifra hasta el 40% en 2010.
Fig.5: Nivel de sobrecualificación en la OCDE |
¿Fracaso
del Sistema Educativo o de la economía? ¿Sobrecualificación o subempleo? Tenemos que pensar de otra manera.
Hay que abandonar la teoría del capital humano para dar una explicación al caso
español, pues nuestra economía, basada tradicionalmente en el sector servicios,
especialmente en las actividades relacionadas con el turismo al que la etapa
del ladrillo no es ajena, nunca demandó mano de obra cualificada, al menos no
en las cantidades en las que ésta salía de las facultades. La existencia
permanente de este fenómeno de la sobrecualificación, si seguimos utilizando el
lenguaje que más interesa al sistema, prueba que la realidad está más cerca del
credencialismo que del capital
humano, en todas partes, pero con más claridad en España. Según esta teoría, la educación no aumenta la productividad de
los individuos, sólo proporciona una señal a los empresarios sobre las
posibilidades de su productividad. A falta de indicios externos que el
empresario pudiera evaluar por sí mismo acerca de las posibilidades de un
trabajador, acepta el título educativo como un indicio objetivo que le
proporciona el sistema para distinguir a unos trabajadores de otros. De hecho,
el empresario confía más en la experiencia que en la formación recibida por su
empleado, por eso el primer empleo que el mercado le ofrece no tiene nada que
ver con su formación, con lo que el fenómeno de la sobrecualificación se dará
siempre, disminuirá en épocas de expansión económica y aumentará en épocas de
crisis, pero nunca desaparecerá. Sólo con el tiempo, y previa evaluación
directa del empresario, el trabajador podrá ir promocionando y alcanzando
puestos y retribuciones salariales cercanas a su formación, que, a su vez, se
ajustarán a la oferta de mano de obra de los individuos que compitan en el
mercado laboral con sus mismas credenciales. El Sistema Educativo no es más que un mecanismo “objetivo y abierto” de
selección de personal laboral puesto al servicio del mercado.
Dicho así, parece demasiado radical,
pero de nuevo hay que fijarse en las políticas educativas y económicas puestas
en marcha por el gobierno para comprobar de qué manera todo cobra sentido, y
cómo se está llevando el proceso de ajuste entre la educación y las demandas
reales del mercado laboral. Para empezar, nuestra economía sigue apostando por
el turismo y el ladrillo, según se deduce de la Ley de Costas aprobada en 2012
mientras que el presupuesto en Investigación y Desarrollo sigue recortándose.
Por eso al mercado la educación le ha
parecido siempre un sistema demasiado caro, pues los beneficios sociales que
espera obtener de la inversión realizada por cada individuo son menores a sus
costes. Y de ahí la resistencia a aumentar los recursos en educación y la
insistencia en negar una relación directa
y sistemática entre recursos económicos y calidad de la educación. Y
pretende convencernos que tanto o más importante que los recursos son la
motivación y el esfuerzo de los profesores y los alumnos. Valor obrero donde
los haya, y del engaño propio de la meritocracia, esta “cultura del esfuerzo”.
Y por ahí van las políticas del ministro Wert, en disminuir los recursos
destinados a la educación y exigir más esfuerzo a los que menos tienen. Se pretende con ello mantener un hipotético
derecho a la educación pero impidiéndolo en la práctica a las clases más
desfavorecidas, poniendo barreras
económicas difíciles de superar en época de crisis. La primera barrera se
encuentra ya en el examen de acceso a la Universidad, cuyo coste puede superar
los 200 euros en algunas Comunidades. En la Rioja, donde cuesta 243 euros, el
número de estudiantes que se presentó a las pruebas de este año ha bajado un
3,5%. Se han endurecido los requisitos para acceder y mantener las becas, y las
tasas universitarias han subido considerablemente. En Madrid, Castilla y León,
Canarias, Valencia, Castilla-La Mancha y Cataluña han subido entre un 20% y un
60%. La Jaume I de Valencia, en donde las tasas han subido un 33%, el número de
matrículas ha bajado un 8,6%. En Madrid, la Comunidad más cara para estudiar,
en las carreras de humanidades (las que “sobran”) la subida ha sido del 92%,
mientras que para las de ciencias la subida es del 50%. Aunque las
Universidades admiten los pagos fraccionados, los rectores calculaban que entre
20.000 y 30.000 estudiantes en toda España podían ser expulsados de la
universidad…Pero el señor Ministro de Educación dijo en septiembre, y sin
pestañear, que sólo eran 10.000 los
estudiantes que podían quedar fuera del Sistema Educativo por no poder pagar
las tasas ni tener derecho a una beca.
Otra vez, la crisis es la
oportunidad perfecta para poner a cada uno en su sitio, pues lo que se pretende
es devolver a las clases populares al lugar que ocupaban en el capitalismo del
siglo XIX, y del que, al parecer, nunca
debieron salir.
¡Buenas! No encontré una dirección de contacto, así que te lo dejo aquí puesto:
ResponderEliminarYa había entrado algunas veces en tu blog y me había llamado bastante la atención. Ahora, que hace una semana recibí un Liebster Award (una mención o reconocimiento por parte de otro blog) he hecho una selección de los once que conozco que creo lo merecen y, entre ellos, está el tuyo.
Entre los requisitos e implicaciones del Liebster Award están:
1.-Ser un blog de reciente creación o con menos de 200 seguidores.
2.-Agradecer el premio a la persona o blog que te lo concedió.
3.-Responder a sus 11 preguntas.
4.-Conceder el premio a otros 11 blogs y proponerles otras 11 preguntas.
5.-Visitar los blogs premiados junto a ti.
6.-Informar a los blogueros del premio.
Así pues, mi enhorabuena, lo has ganado ;)
Para más información, puedes visitar esta entrada en mi blog (que es donde encontrarás las preguntas que te hago y los otros diez blogs premiados por mí).
http://www.delaplumaalaweb.com/2013/11/de-la-pluma-la-web-ha-sido-premiado.html
¡Un saludo!