La
opinión pública alemana cree que la Unión Europa le está saliendo demasiado
cara. Cree que una
buena parte del deterioro de sus propias condiciones de vida se debe, no sólo a
los costes de la Reunificación, sino a los costes de esta Unión en la que entraron
a regañadientes. Se les prometió que “el
euro no sería otra cosa que el marco bajo otra forma”, se les prometió unas
“finanzas públicas saneadas y que los
precios serían tan estables como antes” (Der Spiegel, 29/12/2001). Pero la
crisis ha confirmado sus peores temores. Los países “subdesarrollados” y “licenciosos”
del “Club Mediterráneo” nunca
debieron entrar en la Unión Monetaria, porque “han vivido durante años más allá de sus posibilidades y pronto apilaron
montañas gigantescas de deuda, de acuerdo con el lema, “para mí el diluvio”
(Der Spiegel, 6/12/2010). Sienten que han sido traicionados, que la teoría de
Maastricht de que “ningún país debe ser
responsable de otro” no se está cumpliendo. Por eso cuando Mario Draghi, presidente del BCE,
anunció que compraría bonos soberanos de los países en crisis, Jens Weidman, el presidente del
Bundesbank, entró en cólera; nada de eso de darle a la máquina de hacer dinero
para resolver la crisis, porque existe el “riesgo
de que la financiación del BCE provoque una adicción, como una droga”. La
solución está en las reformas, los recortes, la austeridad, y esto “sólo tendrá éxito si nos concienciamos de
que nadie más es responsable de su propia miseria”. En fin, Wolfgang Münchau, presidente de
Eurointelligence, resumía así el malestar de los alemanes: “No es de extrañar que los alemanes, que ya
tuvieron (y que aún tienen) que pagar por la Reunificación, hoy se nieguen a
seguir rascándose el bolsillo por Europa” (Der Spiegel, 3/10/2012)
Sin
duda, los alemanes, como aquí los españoles, están siendo manipulados. Aquí tenemos la “herencia
recibida” del anterior gobierno socialista y la propia “crisis” para justificar
las políticas neoliberales que siempre quiso aplicar la derecha. En Alemania la
coartada que justifica esas mismas políticas se llama Unión Europea. En junio
de 2012 Sigmar Gabriel, líder del
SPD, se lo dijo así a Ángela Merkel
en el Bundestag: “Es falso presentar
permanentemente a Alemania como pagador neto de la Unión Europea: no somos un
pagador neto, sino un ganador neto, desde la creación de la Unión Monetaria
Alemania ha ganado 556.000 millones más que los que ha destinado a ayuda
financiera”. Y es que Alemania parece que quiere disfrutar de todas las
ventajas de pertenecer a la Unión, pero sin asumir la responsabilidad y las
cargas que en la misma proporción le corresponderían.
Aquí, ocurre como siempre, depende
de los datos, de qué datos se suministran y cómo se presentan. En
contribuciones directas es cierto que Alemania es el país que más dinero aporta
a las arcas comunitarias, y es cierto también que es el que menos recibe, todo
ello, en términos absolutos. Entre el año 2005 y el 2009 Alemania ha
contribuido con algo más 20.000 millones de euros cada año (en 2008, superó los
22.000). En el mismo periodo su saldo financiero anual con la Comunidad se
saldaba con un déficit de entre 8.000 y 11.000 euros. Sin embargo, si se
desglosan los datos del presupuesto comunitario y se ponen en relación con la
Renta Nacional de cada país el panorama cambia. El acuerdo inicial era que cada
país debía aportar una contribución a la Comunidad proporcional a su riqueza.
Sin embargo, Alemania, como el país más rico de toda la Unión, le parecía que
su contribución era excesiva y ha conseguido imponer un tope máximo introduciendo
artificios y factores de corrección contable. Las dos aportaciones más
importantes de cada país al presupuesto de la Unión vienen por el IVA y una
contribución directa según RNB (Renta Nacional Bruta). Alemania, con más de 80
millones de habitantes, recaudaba una parte proporcional más amplia del
impuesto que debía entregar a la Comunidad. Sin embargo, si en el año 2000 la
recaudación por IVA suponía el 38% del total del presupuesto; hoy esta partida
se ha reducido al 11%. Y no sólo eso, sino que para realizar el cálculo, si la
base imponible para todos los países es del 0,30%, Alemania disfruta de un tipo
reducido del 0,15%, Austria del 0,22%, Suecia y Países Bajos del 0,10%. Así, si
en 2009, Alemania entregó por esta partida 1.705 millones de euros, España
entregaba 1.527. Sin comentarios. Los presupuestos actuales se nutren
fundamentalmente de la aportación según la RNB, que constituye el 76% del
total. La aportación total efectiva de Alemania le supone un 0,88% de su renta cuando
a España, por ejemplo, le supone una media de 1,05% en el periodo de 2005 a
2009. Otro ejemplo, en 2007 la aportación de Grecia le suponía el 1,37%
mientras la de Alemania era del 0,88%.
También ha resultado muy polémica la
aportación de Alemania a los fondos de rescate que se han ideado para ayudar a
los países en crisis. Muchos alemanes creen que es una forma de financiación
encubierta que contradice el artículo 101 del Tratado de Maastricht. Hasta
llegaron a organizarse en plataformas ciudadanas y presentaron recursos de
inconstitucionalidad para que Alemania no participase en el Mecanismo Europeo
de Estabilidad (MEDE), puesto en marcha en octubre de 2012. El economista Markus Kerber, que encabezaba una de
esas plataformas, en octubre de este mismo año reprochaba al gobierno español
no haber entendido la crisis, “y prometen
soluciones con dinero alemán. El euro es demasiado caro para España”,
sentenciaba. El Tribunal Constitucional alemán dio el visto bueno a la
participación de Alemania en el fondo pero limitó la aportación a 190.000
millones de euros, un 27,14% del total. De nuevo, si analizamos la financiación
del MEDE podemos ver las cosas de otra manera. Por debajo de Alemania, están
Francia, Italia, España y Holanda como los países que más dinero aportan.
Francia supera el 20% del total, y, si sumamos las aportaciones de España e
Italia, dan un resultado de 218.710 millones de euros, el 29,81%. O sea, que dos de los países en crisis están aportando
más dinero que Alemania al fondo del que pedirán dinero para salir de la crisis
aplicando nuevos recortes en el sector público para obtenerlos… ¿Por qué
sólo se han quejado los ciudadanos alemanes? Sin duda la manipulación está
dando resultados.
Parte
de esa manipulación consiste en ocultar las ventajas que Alemania obtiene con
la moneda única.
Recordemos brevemente algunos datos: Alemania tiene el primer PIB de la UE y el
cuarto del mundo. Su tasa de crecimiento es del 3% y su tasa de paro del 7%. Su
economía está orientada a la exportación. Entre 2003 y 2008 fue el primer exportador
mundial, sólo superado en 2009 por China. El 53% de sus exportaciones van a los
países de la Unión Europea, así como el 48% de sus importaciones. Para Joachim Möller, economista jefe del
Instituto Laboral de Nüremberg, los tres factores que explican el milagro
alemán son “el aumento de la
competitividad a través de la moderación salarial en toda la década, la
estabilidad del euro, y la tradicional fuerza de la industria alemana”. Una
industria de media y alta tecnología que supone el 27% del PIB, y en donde
destacan la maquinaria, el sector del automóvil, la industria química y
farmacéutica y la siderurgia. El sector de los servicios supone el 72,5% del
PIB, pero los servicios financieros y los servicios a las empresas han
desbancado a los servicios tradicionales de comunicaciones, transporte,
hostelería y otros. No hay duda de que el
euro ha contribuido a esta prosperidad, y lo ha hecho de dos maneras. Por
una parte, ha eliminado los costes que suponen las transacciones comerciales
realizadas en distintas monedas, sujetos siempre a la variabilidad de los tipos
de cambio. Ya en el año 1999 los marcos, las liras, los francos y las pesetas
desaparecieron de los libros de contabilidad de las empresas alemanas, y desde
el año 2000, la empresa Daimler-Chrysler, por ejemplo, se ahorraba 100 millones
de dólares cada año previstos para las conversiones de una monedas a otras y
para protegerse contra las fluctuaciones del mercado de divisas. También el
euro ha contribuido a la prosperidad alemana eliminando a la competencia
europea. Al tener una industria y una mano de obra menos competitiva, la única
forma de competir con Alemania era devaluando la moneda propia para incentivar
las exportaciones. Pero el euro ha eliminado de un plumazo esta posibilidad, y
en realidad, ya no es posible competir con la industria alemana. Unos pocos
datos lo corroboran (informes de la Secretaría de Estado de Comercio, del
Ministerio de Economía). De los 5 países en crisis, sólo Irlanda, que mantiene
mayores flujos comerciales con el Reino Unido, se libra de tener déficit
comercial con Alemania. Alemania es el principal país proveedor de Grecia, con
el que tiene un déficit de más de 4.000 millones de euros anuales; es el
segundo proveedor de Portugal, cuyo déficit con Alemania desde 2006 supera
siempre los 2.200 euros cada año; es igualmente el primer proveedor de Italia,
y su déficit con Alemania llegó a superar los 15.000 euros en 2010, aunque
siempre se sitúa entre los 12 y los 13.000 millones de euros. Con respecto a
España, Alemania es también nuestro
principal proveedor, aunque ocupa el segundo puesto de nuestras exportaciones.
Nuestra balanza deficitaria se ha ido reduciendo, de los 20.054 millones en
2008, a los 8.917 de 2011.
Pero…hay otro dato a tener en
cuenta, y que no se menciona a menudo, una buena parte de estas exportaciones a
Alemania, son de productos alemanes fabricados por las propias multinacionales
alemanas en Europa. Sólo en España, por ejemplo, hay 1.100 empresas alemanas
repartidas por todo el territorio nacional aunque la mayor parte se concentran
en Madrid, Cataluña y País Vasco. Según la Cámara de Comercio de Alemania en
España, estas empresas dan trabajo a unas 340.000 personas y, aunque se
encuentran satisfechas, señalan como factores problemáticos la inestabilidad
política, la legislación laboral y la influencia de los sindicatos. Y es que la tan celebrada competitividad de la
industria alemana tiene una contrapartida dolorosa; la contención salarial y el
empleo precario que provoca un aumento considerable de las desigualdades
sociales y puede abocar a la pobreza a millones de personas. En Alemania se han
generalizado los minijobs, trabajos que no superan las 15 horas a la semana y
que se pagan a un máximo de 400 euros al mes. Como no se puede sobrevivir con
esta cantidad, el gobierno alemán permite desempeñar varios minijosbs a la vez.
Este tipo de empleo afecta a unos 7,5 millones de personas, de los que casi 5
millones son mujeres, que, en el momento de jubilarse, cobrarían una pensión de
200 euros mensuales. Los sindicatos alemanes denuncian abusos en el uso de
estos contratos, Horst Mund,
economista del sindicato IG Metall, denuncia que Alemania está practicando un "cierto dumping salarial" que
ha puesto en aprietos a toda Europa. Aunque estos miniempleos no son bien
vistos en el resto de países de Europa, la crisis y la presión alemana sí están
empujando los salarios y los derechos laborales hacia niveles de desprotección
y precariedad hasta ahora desconocidos. En agosto de 2011 Jean Claude Trichet,
entonces presidente del BCE, envió una carta al gobierno español que también
iba firmada por el presidente del Banco de España, Miguel Ángel Fernández
Ordoñez, en la que se le pedía una devaluación competitiva de los salarios en
España, la creación de una modalidad de contrato laboral “de carácter excepcional que contemple indemnizaciones bajas por despido
por un tiempo limitado”, eliminar la cláusula de revisión salarial que los
ajustaba a la evolución del IPC, y limitar el alcance de los convenios
colectivos ”para reducir la posibilidad
de que los acuerdos sectoriales limiten la validez de los acuerdos a nivel de
empresa”. El nuevo gobierno del PP ha seguido sus indicaciones, y también
se han hecho reformas laborales restrictivas en todos los países en crisis. Por
eso ahora toca ocuparse de Francia, hacia donde se dirigen los cañones, como
titulaba recientemente el diario El País. Ni Alemania, ni las políticas
ultraconservadoras que está imponiendo en toda Europa con la connivencia de los
gobiernos de derechas pueden permitir que las políticas alternativas que
intenta llevar a cabo Hollande en
Francia tengan la más mínima posibilidad. Lars
Feld, director del Instituto Walter Eucken de Friburgo y miembro del comité
de sabios que asesora a Merkel, cree
así que “el mayor problema actual en la
eurozona ya no es Grecia, ni siquiera España e Italia: es Francia, que no ha
hecho nada para recuperar competitividad y está yendo incluso en dirección
contraria. Francia necesita reformas en el mercado laboral: es el país del euro
en el que la gente trabaja menos horas al año”. (El País, 11/11/2012).
Nos
tomamos una tregua para cambiar de frente. Porque en esta guerra de Alemania contra la “crisis”
y en defensa de sus intereses y de sus empresas, el euro no es un fin, no lo
fue nunca, sino el medio, el instrumento que la crisis ha puesto en entredicho
y le está haciendo perder batallas en otros frentes: Estados Unidos y el dólar; China y el yuan. El euro llegó a
codearse con el dólar, a plantarle cara y disputarle la primacía mundial como
moneda refugio, pero con la crisis el euro ya no es una inversión segura, y
está perjudicando las relaciones comerciales que Alemania mantiene con China y
con Estados Unidos. China es el primer país proveedor de Alemania, pero sólo
ocupa el sexto lugar de sus exportaciones. Esta desventaja se traduce en un
déficit comercial crónico que llega a superar los 25.000 millones de euros
desde 2007, aunque en 2010 el déficit se vio reducido a algo más de 21.000
millones. Estados Unidos es el quinto proveedor de Alemania pero es el tercer
país al que más exporta. Como resultado su balanza comercial se cierra con
superávit, aunque sus beneficios están descendiendo. Ha pasado de 27.730
millones en 2007 a 19.175 en 2010. Alarmada por esta caída en sus ventas, Alemania
acusó a Estados Unidos en octubre de 2010 de devaluar de hecho el dólar con su
política monetaria expansiva. “El Dólar
—dijo Ángela Merkel— mientras se inyecta una cantidad extrema
de liquidez en el mercado americano, está devaluado de hecho y no se
corresponde con su valor real”. De la misma manera, el gobierno alemán ha
intentado convencer al gobierno chino desde la pasada reunión del G-20 de 2010
para que deje flotar al yuan en el mercado de divisas y se aprecie para
ajustarse así a su valor de mercado.
El euro, el dólar y el yuan son tres
frentes de una misma guerra, que Alemania libra a brazo partido. Como el resto
de los países europeos, Alemania tiene las manos atadas por el euro, y no puede
devaluarlo de forma unilateral para competir con el resto de las monedas.
Tampoco quiere embarcarse en una devaluación efectiva al modo americano
inyectando euros a los países en crisis porque le tiene pánico a una posible
inflación y no quiere asumir ese riesgo. La hiperinflación de los años 20 aún
está presente en su memoria, por eso el Bundesbank ha dicho por activa y por
pasiva que no piensa darle a la máquina de hacer dinero para resolver unos
problemas de los que no se siente responsable. De modo que la única forma de
recuperar la competitividad y de ganar esta batalla es imponiendo en toda
Europa la misma devaluación interna que se autoimpuso al principio de la década
para asumir los costes de su reunificación. Porque, forzar la ruptura del euro,
por más que una buena parte de la opinión pública alemana estuviera de acuerdo,
iría en contra de los intereses de sus empresas, perderían mucho dinero con las
nuevas monedas nacionales, y el marco se apreciaría. Philipp Rösler, el ministro de economía alemán ha llegado a decir
que “el que especula con la quiebra del
euro, pone en peligro el bienestar alemán”.
Con
la austeridad impuesta a toda Europa Alemania se defiende a sí misma, a su
industria, a sus empresas.
En un arranque de sinceridad Ángela
Merkel lo dijo en el discurso que pronunció en el Bundestag en septiembre
de este año: “Siempre he dicho que
Alemania debe salir de la crisis más fuerte de lo que era cuando empezó”.
Estaba celebrando el pronunciamiento del Tribunal Constitucional alemán a favor
de la participación de su país en el Mecanismo de Rescate Europeo. Alemania se
hace la víctima, va de “pagana” de la crisis, pero en realidad se comporta con
la misma picaresca que nuestros abuelos en la posguerra, cuando les decían a
nuestros padres, “a quien se acueste sin
cenar le doy un real”; y luego a la mañana siguiente: “Quien quiera desayunar me tiene que dar un real”. Y mientras
recogía el dinero exclamaba con satisfacción: “¡Dichoso dinero que vuelve a casa!”
Semblanza de Ángela Merkel en:
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