viernes, 9 de noviembre de 2012

"I told you"


Siempre es cierto ese aserto que afirma que para entender bien el presente hay que estudiar el pasado. Pero en estos días más, porque estamos viviendo esta crisis como si fuera algo inesperado y hemos olvidado, o hemos querido olvidar, que realmente la crisis empezó hace 20 años, y fue hace 20 años que empezó a desmantelarse el Estado del Bienestar y la democracia en Europa que tanto costó levantar y defender. Menos mal que tenemos la historia, más para advertir que para divertir. De modo que, adviértase, si hoy nos hundimos en el lodo, es porque hace 20 años empezamos un camino lleno de barro.

En junio de 1988 el Consejo Europeo encargó a Jacques Delors, presidente de la Comisión, un informe para avanzar en la unión económica y monetaria. El informe estaba listo casi un año más tarde. Fue presentado el 17 de abril de 1989 y proponía alcanzar la unión monetaria en tres fases, sin concretar fechas. En síntesis, establecía la libertad de movimientos de capitales, convergencia macroeconómica para garantizar la estabilidad de precios, la creación de un Banco Central Europeo y la adopción de una moneda única como culminación del proceso. Todo ello requería de una refundación de Europa, que pasaba por la modificación de los tratados fundacionales de la Comunidad. La cumbre europea celebrada en Madrid en junio de 1989 tenía por objeto concretar el plazo de inicio de la primera fase y los criterios para una convergencia progresiva de las economías europeas como requisito para poder adoptar la moneda única. Este era el principal escollo de la reunión, la firme oposición de los británicos a abandonar la libra esterlina. Cuando, durante una cena, se abordó este tema, Nigel Lawson, ministro de finanzas, se levantó bruscamente de la mesa y exclamó: “¡Nunca! ¡Jamás cambiaremos la libra esterlina por una moneda europea!”. Margaret Thatcher golpeó la mesa y dijo: “¡Right!”.

Y entonces, el 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín. El acontecimiento, no por sorprendente, era menos esperado. La política aperturista de Gorbachov en la Unión Soviética que sacudió toda la Europa del este, y fomentó las protestas ciudadanas en la RDA en los meses anteriores hacían presagiar que algo así podía ocurrir en cualquier momento. De hecho, la posibilidad de una reunificación alemana estaba en las conversaciones de entonces entre los jefes de estado. Así por ejemplo, Alemania consideraba su moneda, el marco, como un signo de identidad nacional, y Helmut Khol le confesó a Mitterrand en junio de 1989 en Madrid que abandonarlo supondría un gran sacrificio, y pensaba que la opinión pública alemana no estaba preparada para ello. Mitterrand le contestó: “Usted está preparado para la reunificación alemana. Usted debe continuar demostrando que cree en Europa”. La posibilidad de una reunificación de Alemania, con más de 80 millones de habitantes y una moneda fuerte y estable, se veía como una amenaza y un factor de desequilibrio en Europa.  Pero el presidente francés creía que una moneda única actuaría como factor moderador de una Alemania unificada e integrada en Europa, si conseguían que abandonase el marco, del que, había dicho una vez, era “su bomba atómica”. Así se lo dijo a Margaret Thatcher en septiembre, intentando calmar sus recelos. La premier británica era la única que se oponía con la misma energía a consentir la unificación de Alemania y a abandonar la libra esterlina. De manera que la caída del muro de Berlín sólo precipitó los acontecimientos. Khol le hizo saber a Mitterrand, a través de su ministro de exteriores, Hans Dietrich Genscher, que Alemania impulsaría la unión económica y monetaria si en la próxima cumbre europea de Estrasburgo, que se celebraría los días 8 y 9 de diciembre, obtenía su apoyo a la reunificación de Alemania. Mitterrand reiteró sus condiciones: “No aceptaría la reunificación Alemana si no iba acompañada de una integración europea, y esto no era posible sin la unidad monetaria”. Desde entonces Mitterrand asumió un doble juego, vencer la resistencia británica a la reunificación alemana al mismo tiempo que parecía oponerse a ella. El 8 de diciembre de 1989, Thatcher le dijo a Mitterrand: “Si  no vamos con cuidado, la reunificación se va a llevar a cabo. Si eso pasa todo se vendrá abajo en Europa. El canciller Khol parece haber olvidado que la división de Alemania fue el resultado de una guerra que empezó Alemania”. Inglaterra temía por la frontera germano-polaca, y pensaba que incluso podía reivindicar otros territorios, llegando a tener más de lo que tenía en tiempos de Hitler. Temía no estar a la altura de las circunstancias, y repetir el error de sus predecesores en el cargo en los años 30. Incluso llegó a decir: “¡Hemos derrotado dos veces a los alemanes, y aquí están otra vez!”. Mitterrand, en principio le da la razón, y le dice que, en efecto, los alemanes ya sólo piensan en la reunificación, que “ha tenido el efecto de convertirles otra vez en los malos alemanes del pasado”. En enero de 1990 Thatcher le sugiere a Mitterrand: “Deberíamos decirles a los alemanes que la reunificación llegará algún día, pero que no estamos preparados todavía, que Alemania del este tiene que ponerse a la cola para entrar en la Comunidad. Tenemos que intentar comprometer a los alemanes a un periodo transitorio. La reunificación no debería ocurrir antes de 10 o 15 años”. Pero Mitterrand le contestó: “Sería estúpido decir no a la reunificación. No hay fuerza en Europa que pueda impedir que ocurra. Más vale aceptarla con los ojos muy abiertos y ligar la unidad de Alemania a la construcción de Europa y a la garantía de las fronteras”. Y así se hizo. El 12 de septiembre de 1990 se firmó en Moscú el tratado Dos más Cuatro (las dos alemanias y los Aliados de la Segunda Guerra Mundial) dando vía libre a la reunificación alemana, que se hizo efectiva el 3 de octubre de ese mismo año.

Mientras tanto, se avanzaba en el proceso de construcción de la unidad económica y monetaria, y aquí, como temía la señora Thatcher, se hizo bajo el dictado de Alemania. Con un 32% del PIB de toda la Comunidad, equivalente a su contribución a las arcas comunitarias y al entonces vigente Sistema Monetario Europeo, hubiera sido difícil rechazar las condiciones de Alemania para la unión monetaria. Según Karl Otto Pöhl, entonces presidente del Bundesbank, “probablemente no habría habido una unidad monetaria sin la unificación alemana”. Y es que Alemania sólo abandonaría el marco si la nueva moneda, y el nuevo Banco Central Europeo se hacían a imagen y semejanza del Bundesbank y de su política monetaria marcada por una obsesión: la estabilidad de los precios y el control de la inflación. El señor Pöhl se reunió en mayo de 1990 en Estrasburgo con los miembros de la Comisión Económica del Parlamento Europeo para decirles cómo iba a ser el futuro BCE y cuáles serían sus objetivos: “Asegurar la estabilidad de precios para evitar a toda costa la espiral inflacionaria, y controlar el precio del dinero y la masa monetaria”. Además, el futuro BCE debe ser absolutamente independiente, sólo será “responsable ante la opinión pública y en ningún caso estar sometido a las presiones de los gobiernos. El control de la inflación no puede dejarse a los gobiernos”, sentencia. Y, por si había alguna duda de su mensaje, concluye: “Los asuntos monetarios son una cosa muy seria para dejarla en manos de los políticos”. En aras de esa independencia defiende que la sede del BCE no debe estar en Bruselas, por la influencia que podría ejercer la Comisión europea, llega a proponer Madrid, el punto más alejado que se le ocurrió en ese momento, aunque su deseo es que estuviese en Frankfurt. En  noviembre de este mismo año de 1990 se encargó de arrojar un jarro de agua fría sobre las propuestas británicas para la unión monetaria, y lo hizo en la misma Escuela de Economía de Londres. Siempre intentando salvar la libra esterlina, los británicos habían propuesto en 1989 que todas las monedas nacionales tuvieran curso legal en los países europeos, y ahora, el nuevo ministro de Hacienda, John Major, había propuesto la creación de un ecu fuerte de curso legal y la creación de un Fondo Monetario Europeo que prestaría ecus a los países con problemas en sus balanzas de pagos. El presidente del Bundesbank se opuso firmemente a estos planes pues esta transferencia de recursos de los países ricos a los más pobres dispararía la inflación. En su lugar defendía una Europa a dos velocidades, y que sólo entrasen en la moneda única los países de mayor grado de desarrollo. España, sin embargo, se oponía a quedar relegada de la moneda única y reclamó la creación de unos Fondos de Cohesión para apoyar a los países con menos del 90% de la riqueza media de la CE. Helmut Khol llama a Felipe Gonzálezel gran abogado de los Fondos de Cohesión”, y si en un principio recelaba de ellos, acabó aceptándolos como pago al apoyo que el presidente del gobierno español prestó desde el primer momento al proyecto de reunificación alemana. Todavía el 9 de noviembre de 1991, el primer día de la cumbre de Maastricht, Khol decía: “Hay que escuchar lo que dice González sobre solidaridad, pero sin que cueste dinero". Finalmente, los fondos de cohesión, y las exigencias alemanas sobre el futuro BCE y los criterios económicos para alcanzar la convergencia previa a la adopción de la moneda única quedaron incorporados al tratado de Maastricht, firmado en febrero de 1992.

Y Maastricht fue, como se dijo en su día, el triunfo de las políticas neoliberales en Europa, y el triunfo de la Europa del capital y de los mercaderes sobre las personas y los ciudadanos. Porque el texto, harto farragoso, dejaba atados y bien atados las aspectos económicos de la Unión Europea, pero dejaba esbozados con declaraciones de buenas intenciones el resto de asuntos, como la política de empleo o la seguridad común. En particular, el artículo 101 prohibe “la concesión de cualquier tipo de crédito por el Banco Central Europeo y por los bancos centrales de los Estados miembros..., en favor de instituciones u organismos comunitarios, Gobiernos centrales, autoridades regionales o locales u otras autoridades públicas...o empresas públicas de los Estados miembros, así como la adquisición directa a los mismos de instrumentos de deuda por el BCE o los bancos centrales nacionales”. El artículo 108 consagra la independencia del BCE y de los bancos centrales que quedaban integrados en el Sistema Europeo de Bancos Centrales (SEBC), y el artículo 104 establecía los criterios para la convergencia económica que se concretaban en un protocolo anexo: que el déficit público anual no superara el 3% sobre el PIB, que la deuda acumulada no superara el 60%, y que la inflación no superara en 1,5% la media de los tres países que la tuviesen más baja. El protocolo 11 exime al Reino Unido de unirse a la moneda única y le permite conservar la libra esterlina.

Una vez aprobado el nuevo tratado, tocaba pasearlo por los distintos países de la Unión para su aprobación. Y digo bien, “su aprobación”, porque otra posibilidad no cabía en los mandatarios europeos que lo suscribieron. Podía hacerse bien por ratificación parlamentaria o por referéndum popular. Pero sólo hubo referéndum en 3 países, en Dinamarca se rechazó con un 50,7% de votos en contra. Aunque tras establecerse algunas excepciones se acabó aprobando en 1993 en un segundo referéndum. (Un tercer referéndum en 1999 rechazó la incorporación al euro por un 53,1%). También se celebraron referéndums en Francia, donde se aprobó con un 49,0% de votos en contra y en Irlanda, con un 31,3% de votos en contra. En España, el PSOE de Felipe González evitó el referéndum aunque él mismo participó en un mitin en Estrasburgo en septiembre de 1992 defendiendo el “sí” para el tratado junto a los socialistas franceses: “Sin duda el tratado de Maastricht no es un tratado perfecto…la perfección es sólo para la extrema derecha y la extrema izquierda, los extremos totalitarios”. Es cierto que tanto los conservadores como los comunistas europeos coincidían en su rechazo a Maastricht, aunque por razones distintas. Los conservadores ponían el acento en la pérdida de soberanía que suponía entregar la política monetaria al BCE, que quedaba constituido como un estado monetarista independiente de todo control gubernamental. Para Gianfranco Fini, líder del neofascista Movimiento Social Italiano, no había duda de quién estaba en realidad detrás del BCE. En el pleno que aprobó el tratado, el 17 de septiembre de 1992, dijo: “Hay que reflexionar bien antes de entregarnos de pies y manos al Bundesbank”. Para la izquierda, el tratado de Maastricht institucionalizaba las políticas neoliberales al hacer obligatorios los recortes en el gasto público buscando sólo una convergencia macroeconómica nominal. Le acusaba de buscar sólo un escenario favorable para la libertad de movimientos del capital a costa del bienestar social, pues la estabilidad presupuestaria eliminaba de hecho el papel redistribuidor del estado al prohibirle intervenir en la política monetaria. Además, decían, si ahora se consagra el 3% de déficit estatal nada impedirá que en el futuro se exija incluso menos. Por último, Maastricht suponía subvertir los principios de la soberanía popular y de control de las acciones del gobierno pues en la práctica la soberanía nacional se depositaba en manos de un banco. Max Gallo, exministro francés de cultura afirmaba que “los socialistas que defienden el tratado y lo negociaron sólo pueden defenderlo evitando analizarlo”. Él abogaba claramente por el “no”: “Hay que rechazar este tratado, que va a aumentar el desasosiego, el número de parados, las dudas acerca de la nación y que alimentará a medio plazo a la extrema derecha xenófoba”.

En España la voz más alta en contra del tratado de Maastricht fue la de Julio Anguita. Sufrió por ello una atroz campaña de desprestigio tanto de los medios oficiales cercanos al partido socialista como de la derecha, e incluso desde las filas de la izquierda. Fue acusado de fundamentalista, antieuropeo, iluminado…Pero sus palabras hoy parecen salidas, no de un califa, sino de un profeta. El 29 de octubre de 1992, durante el debate en el Congreso de los Diputados que habría de ratificar el tratado, Anguita dijo lo siguiente: “El Tratado de la Unión Europea pone en marcha un concepto de convergencia profundamente desnaturalizado…sorprende la ausencia de compromisos sobre magnitudes como renta per cápita, tasa de desempleo, gastos sociales, etcétera. Sorprende por cuanto parece desprovisto de sentido que la convergencia no se plantee precisamente en el terreno de la economía real y sí en el de su reflejo: el monetario. Pero no sólo es grave que no se prioricen estos objetivos de convergencia real, sino que el logro de los acordados puede producirse al precio de empeorar los indicadores reales”. De hecho, los recortes en el gasto público para alcanzar ese deseado 3% de déficit que emprendieron tanto los gobiernos de Felipe González como los de Aznar le daban la razón. Los costes sociales eran de tal magnitud, que apenas un año después, en septiembre de 1993, la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Desarrollo y el Comercio advirtió a Europa que entraría en recesión si intentaba cumplir con los criterios de convergencia de Maastricht en los plazos previstos. Tan claras y evidentes eran ya sus consecuencias, que en la fiesta del PCE de 1996 Anguita enumeró con tino insuperable el horizonte socioeconómico que hoy padecemos, y que volverá a repetir ante Aznar en el Congreso en junio de 1997 y reiterará en sus artículos e intervenciones parlamentarias posteriores:”La moneda única, según Maastricht, es el fin de la autonomía política para decidir sobre las condiciones de vida de la ciudadanía. La moneda única, según Maastricht, es la imposición de los poderosos a través de los mecanismos del llamado mercado libre y de la práctica independencia de los poderes públicos del sistema de bancos centrales paso previo del Banco Central Europeo. La moneda única, según Maastricht, es poner como primer objetivo los ajustes contables macroeconómicos y relegar a un segundo lugar derechos sociales recogidos en nuestra Constitución y en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Maastricht es la pensión que disminuye; el recorte en gasto sanitario; la congelación salarial de los funcionarios… el recorte en inversiones para infraestructuras y obras necesarias; el recorte creciente del subsidio de desempleo, etc.”

Sin embargo los dirigentes del Bundesbank se mostraron siempre inflexibles y exigieron el estricto cumplimiento de los criterios de convergencia del tratado. En 1994, el nuevo presidente del banco alemán, Hans Tietmeyer dijo lo siguiente (es para leerlo bien y tomar buena nota): “Los criterios de Maastricht deben cumplirse a rajatabla porque son requisitos mínimos. Intencionadamente, no están formulados desde el punto de vista de la economía real, no distinguen entre ricos y pobres, distinguen entre un grado mayor o menor de estabilidad monetaria. No importa ser más pobre si hay flexibilidad interior de salarios, es decir, si se acepta un nivel general de vida más bajo en los países menos ricos. Lo importante es garantizar la convergencia nominal y, con algún acuerdo de unión política dar el salto a la Europa que quiere Alemania”.

Y en esta Europa de ajustes contables macroeconómicos está trabajando Alemania. Porque para ella esta crisis no es una crisis que afecte a la economía real o a las personas, es una crisis que “hemos provocado los países despilfarradores” al salirnos de los corsés impuestos hace 20 años, por eso la solución no es avanzar hacia una verdadera unión política o económica, ni hacia la Europa social y real, sino más de lo mismo. Más dosis de la misma política neoliberal que ya tragamos en Maastricht, pero redoblada, como castigo: Modificación de las Constituciones nacionales para consagrar la estabilidad presupuestaria como objetivo de cualquier gobierno, déficit del 0,4% del PIB desde 2020 y control previo de los presupuestos nacionales por Bruselas (BCE/Bundesbank) desde 2011. Con estas medidas podemos constatar la defunción definitiva del Estado del Bienestar y de la democracia.

Estoy seguro de que la señora Thatcher está sonriendo y señalando al continente con uno de sus dedos huesudos y diciendo aquello de: “I told you”. Sí, señora Thatcher, después de perder dos guerras mundiales, Alemania ha vencido a Europa.

14 comentarios:

  1. ¿Cuanto tiempo se puede seguir gastando mas de lo que se gana y endeudandose?

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    1. Permíteme responder con otra pregunta: ¿Qué pasaría con el sistema capitalista, la sociedad de consumo, si nadie, pero absolutamente nadie debiera NADA a nadie, si todo lo pagásemos al contado, y si no tuviésemos con qué pagar, no comprásemos nada? Imagínate la respuesta a nivel particular-familiar, empresarial y estatal. Tu respuesta es mi respuesta.

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    2. Todo el que quieras si tu patrimonio crece en la misma magnitud. Por eso casi todos los países tienen déficit: Como el PIB también crece, la relación deuda/PIB no tiene por qué aumentar.

      Quiero dar las gracias al autor. Por mi edad, Maastricht y el debate posterior es justo anterior a mi toma de conciencia política, más o menos coincidiendo con "qué bien que España converge hacia el euro; en 5 años, monedas nuevas!". Pero al final todo se reduce a la pérdida de soberanía que desde hace siglos lleva cediendo el Estado a la banca. La frase “Los asuntos monetarios son una cosa muy seria para dejarla en manos de los políticos” lo dice todo.

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  2. Como siempre, excelente explicación del proceso por el cual hemos llegado hasta aquí. Recuerdo yo también empezar a tomar conciencia política por aquellos años y preguntarme si realmente la Unión Europea sería posible. Sonaba bien la idea. Con una carga importante ¿y perversa? de conceptos humanos, usados maniqueamente, de cara a la masa que conforma el pueblo: solidaridad, unión, hermanamiento, cohesión… También creo recordar que se presentó con trazas de inevitabilidad, para hacer frente al poderío económico de EEUU. Visto con la perspectiva actual, no acabo de tener claros los motivos y los protagonistas (¿ocultos ambos?) que impulsaron dicha iniciativa.
    Tampoco tengo claro si no se pudo -o no se puede- hacer nada para frenar la maquinaria de exigencias alemana. Quiero decir que no veo alternativa a esta situación en la que unos cuantos políticos y economistas se conchaban para tomar decisiones en la “economía virtual” que afectan a los ciudadanos que sí viven, trabajan, cotizan, construyen, sufren, la economía real. A estos gestores macroeconómicos se les olvida que las personas de la vida real no son ratas de laboratorio con las que realizar un experimento de arquitectura económica, ni ellos mismos un trasunto de aquellos médicos –por llamarlos de alguna manera- de los campos de concentración que realizaban “experimentos” con los reclusos “en aras de la ciencia”.
    De todas formas, sin saber demasiado de historia ni de política ni de economía, sospecho que Alemania y el Bundesbank están actuando dentro de sus propias fronteras y con su propia gente con la misma exigencia macroeconómica que aplica al resto de Europa. Y es que parece como si Alemania no pudiese reprimir ese impulso de disciplina cuartelaria con los necesitados, como si no fuese capaz de poner a las personas por encima del dinero.
    En todo caso, con este análisis, queda patente que los europeos nos dejamos engañar por una arquitectura puesta al servicio del capital y que nos hicieron creer al servicio de los ciudadanos. Sorprende cada día cómo se acepta, con naturalidad apática creciente, que se soslayen las conquistas sociales en detrimento de la economía virtual, que se olviden las desigualdades sociales, que se diluyan como tinta de papel mojado los principios de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que se trabaje por, con y para los mercados, que el individuo sea una minúscula pieza del engranaje y no su protagonista.
    Quizá los europeos en general hayamos pecado de inocentes por otorgar un voto de confianza a la idea de la Unión Europea, por haber creído que la Unión se concebía en beneficio de las personas, por no haber “leído el contrato” o no haber sabido interpretar, como Anguita, que detrás de la palabra “Unión” había la misma mentira que detrás de la palabra "preferente”. O simplemente, hemos sido ingenuos al creer que podríamos deshacernos, nosotros y nuestros gobernantes, de nuestras identidades patrias, para pasar a sentirnos parte de una gran idea que sus propios gestores no concebían. Quizá creímos ingenuamente que la democracia tenía mecanismos para que los gobiernos ejercieran su función pensando en todos. Quizá creímos, inocentemente, que el sueño de una humanidad mejor era posible.

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    1. Nos dejamos engañar, sí. Entonces era muy difícil ir contra la corriente oficial, aunque algunos lo hicimos, con los medios modestos que entonces teníamos a nuestro alcance. Pero la gente no quería agoreros, la idea de una mayor integración en Europa era muy atractiva, y sólo querían oír buenas noticias, noticias que, efectivamente los medios gubernamentales y afines se encargaron de difundir. Todavía conservo folletos y reportajes publicados en la prensa en los que se explicaba a la gente las ventajas del euro en la economía en general y en su vida cotidiana en particular. Sólo una pequeña sombra se admitía con la introducción de la moneda única, un "pequeño" efecto inflacionista si no se vigilaba el redondeo. Pero, salvo esto, todo eran parabienes con la moneda única. Un reportaje publicado el domingo 30 de diciembre de 2001, un día antes de que el euro estuviera ya en nuestros bolsillos, decía: "Las ventajas globales más destacadas para la economía europea son la creación de una estructura política económica más favorable al crecimiento, su contribución al robustecimiento de la economía europea y el impacto de la moneda única en los mercados financieros...como una de las monedas principales en los mercados de divisas frente al dólar y al yen". Como ves, salvo esto último, palabras vacías de contenido. Para el ciudadano de a pie, el euro traería otras ventajas: "menores gastos de cambio, fácil comparación de precios en toda la UE, reducción de comisiones bancarias en transferencias internacionales y equiparación de tipos de interés". Pedro Solbes, que entonces era comisario para Asuntos Económicos y Monetarios, nos decía que si viajásemos con 100.000 pesetas en el bolsillo por Europa y las cambiábamos en cada etapa del viaje, nos encontraríamos con que al final, sólo en comisiones habría volado casi la mitad de nuestro dinero. Con mensajes como estos, unidos al desprestigio de todo agorero que se atreviera a buscar las sombras de Maastricht convencieron a la gente de las bondades del euro, y de Europa. Y ahora resulta que los agoreros tenían razón. Esta Europa, nunca fue la de los ciudadanos...En 1994 yo me atreví a declararme, no sólo euroescéptico, sino euroateo, porque ya entonces el euro era como Zeus disfrazado que venía a raptar a la inocente e incauta Europa.

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  3. Fantástico artículo; Siempre es bueno que nos descubran los entresijos de los grandes tratados para que veamos como al final de "aquellos polvos vinieron estos lodos"

    Muchas gracias por tan buena información.

    Lucinda

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    1. Muchas gracias a ti por tu comentario. Siempre es necesario acudir a la historia para saber cómo hemos llegado hasta aquí, porque tendemos a olvidar con mucha facilidad cuando las cosas nos van bien. Y me temo que volveremos a hacerlo, porque, la historia sólo da lecciones a quien las necesita, por eso estamos condenados a repetirla.

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  4. Gracias por el artículo. La verdad lo ha explicado de forma meridiana, nuevamente gracias.
    Yo tengo un run-run en la cabeza, y también tirando de historia puedo comprender el entusiasmo que tuvimos con formar parte de la UE y de la UM. No sé de economía, ni de política y justo me viene para un poco de historia… pero dudas tengo y muchas.
    Después de la 2ª GM España se quedó sola y abandonada a su suerte… nadie quiso saber nada de nosotros… éramos prescindibles y no nos necesitaban para nada. Con la llegada de la democracia… creo que vimos una salida… una esperanza… si podíamos pertenecer a esa Europa que se estaba gestando… también nos asegurábamos del fin del ruido de sables… formando parte de esa Europa íbamos derechos hacia un estado del bienestar… que suponía para los ciudadanos un salto cuantitativo y cualitativo… Mirando de dónde veníamos y lo que era nuestra historia… ¿cómo no íbamos a entusiasmarnos… y a cegarnos?
    Obviamente esta no es la Europa que queríamos… nos vuelve a tocar sufrir… ¿hay vida fuera del euro?... nadie suele hablar de eso… o al menos no he sabido encontrar respuesta a esa pregunta.
    Dentro de la UE ¿tenemos aliados, o simplemente son socios?
    ¿Qué pasa si a Alemania (y a sus satélites) se le dice “NO”? … por ahí dicen que si le debes 1 euro a Alemania tienes un problema, pero que si le debes 1 millón de euros el problema lo tiene Alemania…
    Si no podemos contar con aliados europeos (dentro de la UE)… ¿hay otras posibilidades?
    De esta saldremos… ¡qué remedio! … la pregunta del millón es cuándo…
    Por último… a ver, tenemos algo en nuestro país que nunca antes habíamos tenido… capital humano… creo que nunca en la historia de España haya habido tanta gente formada e instruida… supongo que ese capital humano de algo tiene que servir… ¿o tampoco?

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    1. Es verdad que las circunstancias nos engañaron a todos. Queríamos ser europeos a toda costa, saltarnos por una vez la barrera de lo Pirineos y formar parte del club de países libres, desarrollados y democráticos, porque España prácticamente acababa de salir de un túnel oscuro y en la Unión Europea veíamos la luz. Al menos eso pensamos, durante un tiempo. Porque la Unión Monetaria fue, lo estamos viendo, una puñalada por la espalda a la clase media y al Estado del Bienestar, y nos metieron en una Europa que no queríamos, que sólo la querían unos pocos.

      Dudas, efectivamente hay muchas. Y ninguna tiene una respuesta fácil ni clara.."Dentro de la U.E ¿tenemos aliados, o simplemente son socios?". El balance habrá que hacerlo cuando esto acabe, pero yo diría que durante mucho tiempo hemos sido competidores, y los mecanismos de la U.E obligaban a la convivencia y al reparto por medio del sistema de cuotas en la producción de determinados productos. Nos hemos enfrentado a los holandeses por la leche,a los italianos y griegos por el aceite y a los franceses por la fruta, la verdura, el vino y la pesca. Hemos ido perdiendo industria por el camino y nos hemos dedicado a fomentar casi lo único que la U.E no podía restringirnos, el sol y la playa. Y tanto invertimos en turismo para que vinieran los turistas ricos de los países fríos del norte, tanto nos prestaron sus propios bancos (alemanes y franceses sobre todo) que el resultado fue la burbuja y la hecatombe en la que estamos hoy.

      El resto de dudas están interconectadas. "¿Cuándo saldremos de la crisis, cómo saldremos de ella? ¿Hay vida después del euro?". Sobre el cuándo he oído y leído de todo. Hay quien piensa, los más optimistas, que en un par de año más comenzaremos a levantar cabeza; otros aseguran que aún quedan no menos de 10 años...Las discrepancias estriban en las distintas metas que nos propongamos. Para los primeros basta con que unos pocos salgan de la crisis, y que los datos de la macroeconomía empiecen a mejorar: déficit público, estructural, PIB, deuda... Otros piensan en la recuperación de lo que se ha perdido, y por eso los plazos son más largos, pero aquí la duda es, ¿de verdad vamos a recuperar lo que hemos perdido? ¿O nos lo han quitado para siempre?

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    2. Sí hay vida después del euro. Pero también hay muchos problemas. Y ahora los mismos que nos vendieron el euro cargan las tintas en los problemas y en los inconvenientes de una salida unilateral del euro, y apenas encontrarás quien defienda otra cosa. De todas formas es un experimento que nadie se atreve a emprender en solitario...porque, es verdad, hubiera sido mejor no entrar en el euro que salir de él una vez dentro, y menos en un momento como este, de crisis y depresión profunda. ¿Inconvenientes? Muchos. La vuelta a la peseta sería una vuelta a una peseta depreciada con respecto al euro, y no al tipo de cambio de las 166 pesetas de antes, sería, probablemente, del doble. Eso supondría fuga de capitales de las fortunas y las empresas para poner a salvo su capital en euros. La deuda, al estar en euros también aumentaría considerablemente y sería muy difícil "renegociarla" a la nueva moneda pues podría cerrarse el acceso a la financiación exterior (casi la mitad de nuestra deuda es a fondos y bancos extranjeros). De todas maneras los intereses subirían a los niveles de 1999, o más, situados entre el 10 y el 13%. Además hay que tener en cuenta que España apenas tiene industria y que necesitamos importar energía (compramos más del 90% del petróleo que necesitamos). Eso, unido a la depreciación de la moneda tendría como resultado un aumento de los precios de todas nuestras importaciones que repercutirían en el consumidor...

      ¿Beneficios?: España recuperaría su autonomía y su política monetaria. Podría actuar sobre el tipo de interés y el tipo de cambio. Depreciaría la moneda para impulsar las exportaciones, aunque al principio la balanza sería deficitaria por el encarecimiento de las importaciones. También hay otra cosa importante. El Banco de España podría comprar deuda pública del Tesoro (la mitad de la deuda es nacional)y, al no tener que cumplir ningún pacto de estabilidad, podría financiar la recuperación de los Servicios Públicos...

      Pero, todo son hipótesis. De cualquier manera, los ciudadanos seguiremos sufriendo unos años más. El problema, como dices, es que estamos atascado a medio camino. Nos asustan con la vuelta hacia atrás, pero no se deciden a seguir hacia adelante, y terminar de hacer lo que hicieron mal hace veinte años. Acabar con la fiscalidad múltiple dentro de la zona euro (lo que fomenta la deslocalización, promover la Unión Bancaria, aumentar el presupuesto de la Unión (ahora no llega ni al 1% del PIB de toda la U.E), y, sobre todo, permitir que el B.C.E compre deuda soberana.¿Estabilidad presupuestaria? Sí, hasta ciertos límites. Nunca a costa del bienestar de la población.

      Nuestro capital humano se va a Alemania. Otro derroche incomprensible de recursos. Como ves, Alemania está consiguiendo la Europa que diseñó hace 20 años.

      Gracias por tus observaciones y tu comentario. Saludos.

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  5. Gracias por contestar, y aquí me tienes… yo sigo!!!!

    Hay tantas consecuencias para los europeos, que aunque la Unión Monetaria, obviamente ha sido un fiasco, el resultado es que afecta negativamente a la mayoría de los ciudadanos de la UE, quizás por eso… hay una esperanza de que sea la propia Europa la que al final, no sin más esfuerzos para sus ciudadanos, acabe parando esta locura.

    Si no entiendo mal… esto, en buena medida, es la consecuencia de algo que ya estaba diseñado… diseñado, auspiciado y querido por Alemania… no digo que Alemania tenga toda la responsabilidad de lo que aquí o en el resto de países ha pasado… admitamos y asumamos la parte que nos toca… que no es poca, pero no se puede negar que Alemania dicta la política económica, fiscal… y hasta la de mi casa.

    Si tan sólo afectara a España… pues creo que no pasaría nada… pero claro, Francia es la 2º economía, Italia la 3ª y España la 4ª … tal cual estamos ahora todo va a ir a peor, incluida Alemania… ¿países como Francia o Italia van a seguir doblegados ante el poder y dictado alemán? .. según lo veo… de momento cada perro se lame su herida… pero… ¿hasta cuándo?

    La solución está en la unión fiscal, bancaria… y que el BCE funcione como un Banco Central… pero eso, por lo visto, es un problema para algunos.

    Y claro, es imposible no plantearlo esto en términos “bélicos”… que no sé si es posible eh… ¿todos contra Alemania y sus “satélites?.. ¿es una opción? Claro que los gobiernos no pintan nada… o casi nada… ahí está el poder de los mercados, el poder financiero… todo eso… pero los gobiernos se sustentan sobre los ciudadanos… España es una democracia demasiado joven… pero existen otros países con mucha más trayectoria que la nuestra… donde no es tan fácil “embaucar” a los ciudadanos.

    Salir del euro o quedarse… pues parece que no esté claro a dónde nos llevaría… me produce vértigo… las dos cosas… por eso creo que la solución tiene que venir de los europeos… si somos capaces de dejar a un lado los roces puntual que hayamos tenido (o tengamos)… y nos ponemos a trabajar en lo importante que somos las personas… pues existe una posibilidad… no puede ser tan difícil, con voluntad férrea, parar los pies a quién se quiere cargar esto ¿es descabellado pensar así?

    O después de todo también es posible que al final todo cambie para que todo siga igual.

    Un saludo y nuevamente gracias por tus respuestas y tu tiempo, un placer.

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    1. Hola otra vez, Rosa. Soy yo quien te agradece el comentario y te pide disculpas por el retraso en contestar. Como bien dices, ya que la Unión Europea ha creado el problema al dejar a medias el proyecto de la moneda única y la Unión Monetaria, seria lógico que fuese la Unión Europea quien resolviese el problema. Pero, mientras llega o no la solución, somos los ciudadanos los que estamos pagando la factura de la crisis. Lamentablemente los gobiernos han claudicado ante el poder financiero y son los mercados quienes nos gobiernan. Esta es una de las consecuencias del tratado de Maastricht que ya se veía venir. Los gobiernos cedieron su soberanía y su independencia al Banco Central Europeo. Y esto ya nada tiene que ver con la mayor o menor antigüedad de la democracia porque todas han claudicado. Tiene que ver con los mecanismos que el capitalismo, escondiéndose detrás de una apariencia de democracia, utiliza para disuadir al ciudadano de ejercer una masiva y mayoritaria presión en la calle para defender sus derechos. Quizá el más importante de estos mecanismos sea la celebración de elecciones cada cuatro años en donde, supuestamente elegimos a nuestro representantes. Pero la mayoría de la gente aún no ha caído en la cuenta de que nuestras democracias nacionales no tienen ningún poder para defender o representar realmente a los ciudadanos porque se nos gobierna desde instituciones supranacionales. Aún así, la gente cree que cada cuatro años puede influir en el curso de los acontecimientos y cambiar la orientación política de los gobiernos. Nada más falso y más alejado de la realidad. Pero está funcionando. Por eso, al final, como dices, es posible que algo cambie, precisamente para que no cambie nada más.

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  6. Don Juan Carmona Muela y todos aquellos que ofrecieron sus opiniones, muchas gracias.

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