Ya es oficial. La metamorfosis se ha
completado. A lo largo de la mañana del
11 de julio de 2012 los españoles nos convertimos en cucarachas. No hemos
sido los primeros pero quizá seamos los últimos en sufrir esta plaga que ha
contagiado antes a otros países. De todas formas, algunos ya notábamos algo
extraño cuando la gente nos señalaba con gesto de hastío y gritaba a nuestro
paso: “¡Funcionario!” Notábamos su asco, su desprecio, sin llegar a comprender
del todo las razones de tanto odio, hasta ahora. Hasta que la transformación se
ha completado y se ha generalizado a nuestro alrededor. Pero, como al infeliz
Gregor Samsa, de la novela de Kafka, aún no acabamos de creer que esto nos
pueda pasar a nosotros. Muchos aún incluso niegan la metamorfosis y siguen haciendo
su vida como si nada hubiera ocurrido. Van a trabajar, salen a pasear, o van de
vacaciones sin advertir su nauseabunda naturaleza. Pero somos cucarachas. Yo,
al menos, no tengo la menor duda. Después de ese fatídico 11 de julio llegó el
12 y el 13, viernes, y el Parlamento sancionó oficialmente nuestra
transformación. Esta vez en absoluto silencio.
Una semana más tarde, el miércoles
18, el contable Montoro dijo varias veces, apretando los dientes, que “no había dinero en las arcas públicas”,
que “no hay dinero para pagar los
servicios públicos”. Las cucarachas escuchamos aterradas la confesión del
contable, como si ya empezásemos a sentir el peso de su zapato sobre nuestros
cuerpos, crujientes y quebradizos. El viernes 20 el zapato del contable empezó
a bajar sobre nosotras, aumentando la presión. Dijo que los gastos del Estado
aumentarán considerablemente por el incremento de los intereses de la deuda, y
que por tanto “habrá menos dinero
disponible para pagar los servicios públicos”. Como somos cucarachas no podemos entender que el gobierno anteponga el
pago de la deuda al bienestar de la población, pero, no se nos debe olvidar
justamente eso: somos cucarachas, y las cucarachas dan asco, ¿a quién le
importan? Es más, como la plaga no ha alcanzado a todos, los que aún tienen
manos aplauden nuestra transformación y piden que el aplastamiento se haga cuanto
antes: Rescate, recapitalización, saneamiento de la banca, activos tóxicos,
banco malo, déficit público….la suela del zapato es grande y negra, incomprensible
para una cucaracha. Es como un laberinto kafkiano donde gobierna la sinrazón.
Nada tiene lógica ni sentido, al menos para una cucaracha. Aún así, nos
asomamos al laberinto. Del total de la deuda del Estado español, sólo el 16% es
deuda pública. Un 62% es deuda de bancos y empresas, y el restante 21% es deuda
privada, de las familias, fundamentalmente deuda hipotecaria. Tomando la deuda
pública aparte, ese 16 % supone en la actualidad algo más del 70% del PIB. Sin
embargo la media de la UE es del 80%, y hay países que la superan sin estar en
crisis. Así, Francia un 82%, Alemania un 83% y Bélgica un 93%. Por otro lado,
del total de acreedores de la deuda pública española, el 55% está en manos de
bancos españoles. Los principales son el BBVA (más de 60.000 mil millones de
euros), el Banco Santander (casi 50.000 millones),
La Caixa (casi 20.000 mil) y Bankia (algo más de 28.000 mil millones). Luego
hay una larga lista de bancos, unos 15, que tienen cantidades menores, entre
los 8 y los 2 mil millones de euros).
Como se ve, es la perversión total.
El rescate de 100.000 millones es para los bancos, pero con el respaldo y el
aval del propio Estado pues se hace vía FROB (Fondo de Reestructuración y Ordenación
Bancaria). Si el préstamo no se devuelve, el Estado debe intervenir nacionalizando
la entidad y asumiendo su deuda como ya ha ocurrido con Bankia. Y, si el sector
financiero agota todo el crédito puesto a su disposición, la deuda debe
asumirla el FROB y pasará a contabilizar como deuda pública. Es decir, que el
BCE presta al 1% a los bancos para hacer negocio con los Estados en las
subastas de deuda comprando al 7%, pero en el rescate español, como no se fía,
presta al 3% al Estado vía FROB para que los bancos puedan comprar deuda
española al 7%. O sea, el mismo Estado
da dinero a los bancos para que éstos puedan comprarle deuda más cara de manera
que tendrá que “devolver” hasta el doble de lo que le dio para sanearla. ¡Y
por esto no hay dinero para los servicios públicos! Porque hay que pagar antes las deudas a los bancos, a los que el mismo Estado
dio dinero para salvarlos para que compraran deuda pública…
Soy una cucaracha, y me he perdido
en el laberinto. Aunque España se ha llenado de cucarachas, la metamorfosis no
nos ha afectado por ser españoles, sino por ser pobres, mediocres, trabajadores.
La vicecontable Soraya, representante de los pocos españoles que se han salvado
de la horrible transformación, quiere que pensemos como cucarachas. Ha dicho,
para consolarnos, que ya quisieran ellos “tener
recursos para hacer muchas cosas, y tomar medidas agradables de contar y
transmitir, pero este no es el país en el que vivimos”. Ha dicho que es “imposible cumplir el déficit, bajar los
impuestos y no reducir los gastos”. Seremos cucarachas, pero tenemos que
ser cucarachas responsables y comprensivas porque estamos en una “situación de necesidad nacional” y es el
“momento para pensar en el país, en
España”. Yo, como soy una cucaracha, no se me ocurre replicarle que, si es
por España, por qué no le pide esa
responsabilidad a los bancos españoles que tienen más de la mitad de las
deudas, esos mismos españoles que exigen su dinero a costa del bienestar
presente y futuro del resto de los españoles. Por qué no pide o impone un
aplazamiento del pago de esa deuda que se hace a costa del desmantelamiento de
los servicios públicos. Pero, ¡qué cosas se nos ocurren! ¡Cuánta demagogia
tenemos las cucarachas!
Lo peor de todo, lo asombroso, es
que hay muchas cucarachas que aún no saben que lo son, que están perdidas en el
laberinto kafkiano, perdidas en el inextricable lenguaje de la suela del zapato
sin terminar de ver el zapato mismo. Van a trabajar, salen a pasear y hacen su
vida con normalidad. Deberían mirarse bien en el espejo y advertir pronto lo
que son, lo que somos, antes de que sea demasiado tarde para todos, antes de
que nuestros cuerpos, crujientes y quebradizos, acaben aplastados sin remedio
contra el suelo.