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de mayo, día de África. Dos plagas más que unir a las plagas del pasado. Estas
se refieren al presente y deberían presentar un futuro, pero el futuro de
África está aún encadenado al pasado.
Tercera
plaga: Neocolonialismo:
En realidad, detrás de este término no se esconde un nuevo colonialismo, sino
la perpetuación y prolongación de las viejas formas de explotación económica, aunque,
a diferencia de la de antaño, esta explotación no viene impuesta por una
situación de dominio político efectivo, sino por la dependencia económica
heredada. Cuando las colonias africanas alcanzaron su independencia entre los
años 60 y 70 ya se encontraban en la periferia del sistema económico mundial. Y
sus economías tenían ya asignado un papel de mero complemento de la economía de
los países ricos. De manera que, lo que
antes denominábamos, Metrópolis y Colonias, hoy llamamos Centro y Periferia,
pero, pocas cosas más han cambiado.
Con la independencia llegó la
necesidad de acudir a la financiación exterior para impulsar el desarrollo. Es
evidente que la herencia colonial, que había impedido el desarrollo industrial
propio e impuesto la exportación de productos y materias primas de escaso valor
añadido en un mercado desigual controlado por las grandes multinacionales,
empujaba a África a los mismos brazos de aquellos de los que se acababa de
liberar. El petróleo crudo o el gas natural es el primer producto de
exportación de 4 de los 5 países del Magreb, y de 8 países subsaharianos. Para
el resto, los principales productos de exportación son: café, cacao, algodón,
tabaco, té, aluminio, uranio, oro y diamantes. (Banco Mundial, 2009). La crisis
del petróleo de los 70 tuvo para África, y en general para los países
subdesarrollados, un doble efecto. Por un lado, al afectar la crisis a los
países ricos del Centro disminuyeron sus importaciones de productos
provenientes de África; y por otro, al aumentar el precio del petróleo los
países no productores debían ampliar sus monocultivos de exportación para
compensar las subidas. De modo que, en un proceso que nosotros, los europeos
del sur, conocemos ya muy bien, los países en dificultades que debían acudir a
la financiación exterior no la obtenían sino a cambio de unos intereses que
hacían del pago de la deuda una empresa insostenible. La deuda africana pasó de 11 mil millones de dólares en los años 70
a 111,8 mil millones en los 80. Es entonces cuando, para terminar de cerrar el
cerco sobre África, entran en escena el Banco Mundial, la Organización Mundial
del Comercio y el Fondo Monetario Internacional. Éstos aceptan financiar la
deuda africana a cambio de la imposición de Planes de Ajuste Estructural, cuyas condiciones y resultados
estamos también muy familiarizados los europeos del sur. Se exigen recortes en
el gasto público, privatizar empresas públicas, liberalizar completamente el
comercio, suprimir las ayudas a los agricultores, aumentar las exportaciones de
materias primas y dar prioridad absoluta al pago de la deuda. El resultado ha
sido un aumento de la pobreza, y de la deuda. En 1990 ya era de 177,1 mil
millones de dólares, y en 2005 subió hasta los 215.607 millones, el equivalente
a la mitad del PNB de toda la región. En 2008, la deuda africana estaba ya en
250.000 millones de dólares. Los planes de ajuste deprimen aún más sus economías,
los intereses suben y necesitan endeudarse para pagar la deuda anterior. Desde los años 80 por cada dólar prestado
África debía devolver 4 y aún dejaba a deber otros 4.
Presupuesto destinado a servicios sociales básicos en algunos países africanos (1992-1997) |
Esta deuda impide el desarrollo de
África y la encadena para siempre al servicio de las economías occidentales. En 2004 en África se invertía 15 dólares
para el pago de la deuda y menos de 5 en servicios básicos como educación o
sanidad.
A estas transferencias “legales” de
capital africano hacia los países ricos hay que sumar las transferencias
ilegales, el fraude fiscal que cometen
las multinacionales que operan en África. Según un informe de Global
Financial Integrity, África ha perdido entre 1970 y 2008, 854 mil millones de
dólares en impuestos impagados. Sólo entre 2000 y 2008, 437 mil millones. Como
se ve, cantidad más que suficiente para pagar la deuda de toda África. Los
métodos de evasión de impuestos los conocemos también muy bien, porque los
favorece el mismo sistema económico que ha puesto el mundo a su servicio a
través de la libertad de movimiento de capitales y de la existencia y
protección de paraísos fiscales. Por ejemplo, la empresa que extrae el cobre de
Zambia, Mopani Cooper Mine, vende el cobre a un precio por debajo del coste de
extracción a otra empresa del grupo domiciliada en Suiza. Declara así menos
ingresos en Zambia con lo que paga menos impuestos.
La
liberalización del comercio impuesta a África está suponiendo una verdadera
sentencia de muerte para los pequeños agricultores autóctonos porque sus productos quedan
completamente desprotegidos frente a la competencia de los productos que llegan
de Estados Unidos o de la Unión Europea, pues sus agricultores y sus productos
sí reciben subvenciones para abaratar los costes y mejorar la exportación. En
Kenia, la importación de productos europeos ha aumentado un 84%. La industria
del tomate envasado de Ghana tampoco puede competir con los tomates
subvencionados de Italia y España, e importa cada año unas 10.000 toneladas. La Unión Europea ha establecido desde
el año 2000 Acuerdos de Asociación Económica con distintos países de África en los
que, a cambio de ayuda económica para infraestructuras y otros sectores, se les
exige reducir los aranceles a todos los
productos europeos. Evidentemente, esto empuja al pequeño campesino a la
ruina y a la emigración. El levantamiento de la protección arancelaria, puede
suponer también para algunos países una merma considerable de sus ingresos. En
Uganda, por ejemplo, los ingresos provenientes de las tasas aduaneras podían
suponerle hasta el 50% de total.
La ruina de los pequeños
agricultores autóctonos corre paralela a otro fenómeno: el acaparamiento de tierras por parte de multinacionales, y entidades
financieras de los países desarrollados y de los emergentes para destinarlas al
cultivo de biocombustibles. Según la FAO, sólo en Etiopía, Ghana, Madagascar,
Malí y Sudán se ha cambiado el uso de 2,4 millones de ha. desde el 2004 para
dedicarlas al cultivo de los biocombustibles; caña de azúcar, maíz o sorgo para
la fabricación de etanol, o palma aceitera para la producción de biodiesel. Un informe del Banco Mundial de 2010
asegura que en ese año unos 42 millones de hectáreas de tierras en el mundo han
estado bajo interés de los inversionistas, más del 75% (32 millones de
hectáreas) se encontraban en África Subsahariana. Los principales
inversionistas internacionales son los Estados del Golfo Pérsico, China y Corea
del Sur entre lo emergentes; e Italia, Noruega, Alemania, Dinamarca, el Reino
Unido, Francia y España entre lo europeos.
Ejemplos de acaparamiento de tierras |
De esta manera, en los últimos 5
años la producción de cereales ha crecido un 8%, pero más del 80% de este
aumento se ha destinado a la producción de biocombustibles. Además, desde la
crisis financiera de 2008, en los Estados Unidos se permitió especular con las
materias primas alimentarias, lo que ha supuesto un incremento espectacular de
los precios. En 2011, el Parlamento
Europeo responsabilizaba a la especulación del 50% de la subida en el precio de
los alimentos. El precio de maíz aumentó un 74%, y el del arroz un 166%. Según el Manco Mundial, este aumento ha
empujado a 70 millones de personas en todo el mundo a la extrema pobreza.
Las deudas, la pérdida de tierras,
la huida de capitales, el encarecimiento de los alimentos, el intercambio
desigual que deja indefensos los productos africanos frente a la competencia
exterior, y el hecho de que los precios de los principales productos de
exportación estén controlados por las multinacionales hacen de la pobreza de
África un mal endémico e irresoluble que tiene su cara más perversa en la explotación infantil. Según el último
informe de la OIT de 2010, el África
subsahariana es la única región donde el trabajo infantil ha aumentado en los
últimos años, pasando de 49,3 millones en 2004 a 58,2 millones en 2008, un
incremento cercano al 30%. Seis de los diez países con más índice de trabajo
infantil son africanos: Somalia, Sudán, República Democrática del Congo,
Zimbabue, Burundi y Etiopia. En el Congo trabajan más de dos millones de
menores en las minas de coltán, un mineral
imprescindible para la industria tecnológica de Occidente; en Kenia, en la
temporada de la recogida del café hasta el 30% de los cosechadores tienen menos
de 15 años; y en Costa de Marfil la mayor parte de la mano de obra que trabaja
en las plantaciones de cacao son también niños. De Costa de Marfil es el 40 %
del cacao que se consume en el mundo, aunque el mercado está dominado por
empresas de Suiza, Alemania y Estados Unidos. En 2010 Miki Mistrati, director de cine danés, recorrió 17 plantaciones de cacao
en Costa de Marfil y denunció en un documental titulado El lado oscuro del chocolate el sistemático secuestro de niños para
emplearlos como mano de obra en jornadas de hasta 12 horas diarias. El dueño de
la empresa SAF-Cacao, que suministra el cacao a Nestlé, Kraft Foods, ADM,
Ferrero y Mars, al escuchar las acusaciones que se le hacían dijo: "¿Se imagina la catástrofe global que se
produciría si la gente dejara de comprar nuestro cacao al saber del tráfico de
niños? No jueguen con esas palabras, porque nos arruinan”. Desde luego, una
buena muestra de cómo funciona el círculo vicioso de la pobreza, en donde, ni
las víctimas tienen claro ya si la ruina la causan quienes denuncian los abusos
o quienes los cometen.
Cuarta
plaga: Olvido. En 1972 los países más ricos de la ONU se
comprometieron a donar el 0,7% de su PIB como ayuda al desarrollo. Han pasado más de 40 años y
sólo 5 países en el mundo han llegado a ese 0,7%: Dinamarca, Holanda,
Luxemburgo, Suecia y Noruega. En 2008 España llegó al 0,5%, pero en 2012 la
ayuda ha caído al 0,15%. Estados Unidos y Japón nunca han superado el 0,2% de
su PIB, y la ayuda de los 23 países que forman el Comité de Ayuda al Desarrollo
(CAD), en 2011, llegó de media al 0,31%. En total se destinaron unos 103.000
millones de euros de ayuda al desarrollo. Casi la cifra del rescate bancario
español de 2012. Como, al parecer, resolver la pobreza en el mundo le parece a
los países ricos una empresa demasiado ambiciosa, en septiembre del 2000 se
celebró la Cumbre del Milenio en el que
se fijaron metas más modestas que debían alcanzarse en 2015. La ONU publica
cada año un informe en el que hace un seguimiento del grado de cumplimiento de
estos objetivos, en los que, es verdad, se constatan algunos avances, pero no
hay que olvidar que la erradicación de
la pobreza no es una prioridad de los países ricos. En un informe publicado
en 2006, la Coordinadora de ONG para el Desarrollo en España denunciaba, por
ejemplo, que en el año 2000, cada vaca
de la Unión Europea recibió 760 euros en subsidios mientras cada persona en
África subsahariana recibió poco más de 6 euros de la ayuda de la UE.
Además, si mejorar la Salud básica y la nutrición en todo el mundo tiene un
coste de 13.000 millones de dólares al año, Europa y Estados Unidos gastan 17.000
millones en comida para mascotas. Por último, el informe denunciaba cómo los 819.000.000
de euros anuales de subvención que reciben de la UE 6 refinadoras de azúcar
permitían inundar de azúcar los mercados de los países pobres a precios muy
bajos. Si las reglas del comercio mundial fueran más equitativas, en Mozambique
y Zambia, el sector azucarero podría crear 30.000 nuevos puestos de trabajo.
Índice de Desarrollo Humano, 2011 |
Dicho de otra manera, la Ayuda al Desarrollo permite a los países
ricos presentarse ante el mundo como preocupados por la pobreza y el hambre en
el mundo mientras dejan intactas las causas que lo provocan, e incluso siguen aprobando reglas y
políticas que refuerzan el control económico global, perpetuando la pobreza y
haciendo completamente ineficaz cualquier tipo de ayuda. Incluso podría
decirse más. La Ayuda al Desarrollo es un mecanismo más de neocolonialismo,
aunque mucho más refinado y sutil. Por ejemplo, una parte importante de la
Ayuda al Desarrollo está vinculada a los intereses económicos, estratégicos o políticos
del país donante. Según un informe de la OCDE de 2007, casi la mitad de la
ayuda se destinaba a países de renta media, y la otra mitad a los países más
pobres. España dedica el 50,6% de la ayuda a países de renta media; entre sus
beneficiarios, por ejemplo, figuran Turquía y China. Y la ayuda a África está
también asociada a sus intereses comerciales. Un informe de Veterinarios Sin Fronteras
denunciaba cómo se utilizaban estas ayudas para desarrollar el sector pesquero
de algunos países del África Occidental, específicamente el Programa Nauta, por
el que se financian proyectos de investigación marina, acuicultura, y pesca en
países como Mauritania, Senegal o Mozambique, con los que España mantiene
relaciones comerciales y de explotación de recursos pesqueros.
Por otro lado, una buena parte de la ayuda a los países subdesarrollados es ayuda
ligada, es decir, condicionada a la compra de bienes y servicios del país
donante, por lo que se utiliza como medio para resolver problemas de
sobreproducción y para aumentar las propias exportaciones, sin tener en cuenta
las necesidades del país receptor. Estos productos, importados a la fuerza, al
ser más caros que los de origen local, encarecen la oferta de bienes y
servicios en los países en desarrollo, y pueden ser responsables de hasta un
30% en la subida de precios (OCDE, 2001). En 2006, todavía el 42% de la ayuda
al desarrollo prestada por los países del CAD era ayuda ligada. Uno de los
ejemplos más escandalosos de cómo esta ayuda se utiliza en beneficio propio sin
tener en cuenta las necesidades ajenas es la obligación de comprar material
militar al país donante. España, por ejemplo, utilizó los Fondos de Ayuda al
Desarrollo (FAD) para vender armamento y material militar a Mozambique, Uganda,
Angola y Somalia entre 1980 y 1990 por valor de 61.677 millones de las antiguas
pesetas. Todavía en 1992 se cargaron a los créditos FAD la venta de material
militar a Angola por valor de 708 millones de pesetas. A partir de ese año
España ingresó en el Comité de Ayuda al Desarrollo y renunció a utilizar los
créditos FAD para la exportación de material militar, pero eso no ha eliminado
la deuda contraída por esos créditos. En el caso de Somalia, la totalidad de la
deuda que tenía con España en 2007, 22,63 millones de euros, provenía de dos
créditos FAD otorgados al dictador Mohamed Siad Barre. Angola es el 6º país más
endeudado con el Estado español, con un total de 333,84 millones de euros;
103,70 millones de euros corresponden a deuda FAD otorgados durante la primera
fase (1975-1991) del conflicto armado en Angola entre la MPLA (Movimiento
Popular para la Liberalización de Angola) y la UNITA (Unión Nacional para la
Independencia Total de Angola), vinculados a la compra de instalaciones, vehículos y aviones militares,
todos ellos exportados y construidos por empresas españolas. Como se ve, no
tiene ningún sentido, al menos no si otorgamos sinceridad a la Ayuda al
Desarrollo. En 2003 Etiopia, Uganda y
Camerún pagaron a España 23,5 millones de euros en concepto de devolución de
intereses por los créditos FAD, 6 veces más de lo que recibieron en donaciones,
3,6 millones (Intermón Oxfam, 2003). Pero sí tiene sentido si pensamos en
la ayuda al desarrollo y en estos créditos en términos de neocolonialismo y de
estricto beneficio económico para el país “donante”. Y aquí es donde los créditos CESCE encajan a la perfección.
CESCE (Compañía Española de Seguros de Crédito a la Exportación) es una Agencia
de Crédito a la Exportación de carácter mixto, compuesta por un 50,25% de
propiedad pública y un 49,75% de propiedad privada (con participaciones de
bancos como el Banco Santander Central Hispano, o el Banco Bilbao Vizcaya
Argentaria) que depende del Ministerio de Economía mediante la Secretaria de
Estado de Comercio y Turismo. Esta compañía asegura las exportaciones e
inversiones de una empresa española ante posibles impagos. El funcionamiento es
sencillo. El empresario convence a un banco para que conceda créditos a empresas
de países en vías de desarrollo para que puedan adquirir sus productos. El
banco contrata un seguro con CESCE, y así, si el impago se produce, el banco
cobrará la deuda a CESCE con lo que ni el empresario ni el banco arriesgan
nada. Y el país subdesarrollado deberá
hacerse cargo de la deuda, que deberá pagar a CESCE. Según el Observatorio de
la Deuda en la Globalización de Cataluña, junto a los créditos FAD, CESCE
constituye el segundo mecanismo de
generación de deuda externa de los países empobrecidos con el Estado
español. En 2009, CESCE era responsable de 40% de la Deuda externa que tienen
estos países con España. De los 333,84 millones de euros de la deuda antes
mencionada de Angola, 230,14 millones de euros es deuda CESCE.
De modo que, para el mundo rico, los
beneficiados de la Globalización y de este nuevo colonialismo que pone al resto
del mundo a sus pies no es una prioridad erradicar la pobreza. En 1994 James Tobin calculó que con sólo
aplicar un impuesto del 0,5% a las transacciones financieras se habría obtenido
ese año un billón y medio de dólares. Esa cantidad era más que suficiente para
erradicar la pobreza en el mundo, dado que para reducirla a la mitad en 10 años
sólo se necesitaban 135.000 millones de dólares anuales (el 0,5% del PIB de los
países ricos en el 2005). Pero, hoy, casi a las puertas de 2015, la fotografía
que obtenemos de África, el continente del reparto, es desoladora: África subsahariana es la región más pobre
del planeta. Su esperanza media de vida es de 46,3 años, el índice de
escolaridad del 44%, más de la mitad de sus población sobrevive con menos de 1
dólar al día, 24 países se enfrentan a emergencias alimentarias, según la FAO,
el 33% de la población subsahariana está subalimentada y 239 millones de
personas pasan hambre, el 58% no tiene acceso al agua potable; 2,3 millones de
personas mueren al año de SIDA y unas 2.800 al día de malaria; las dictaduras y
las guerras han provocado 20 millones de desplazados dentro de su propio país y
6 millones de refugiados que se hacinan en campamentos ubicados en países
vecinos…
Pero no hay prisa. La crisis ha
desplomado la Ayuda al Desarrollo hasta el 0,29% de media en los 23 países del
CAD. Quizá haya que revisar los plazos que estimaba la ONU en 2005 para acabar
completamente con la pobreza en el planeta dados los ritmos y los esfuerzos de
entonces, cuando todavía éramos ricos y ninguna crisis nos servía de coartada para
hacer menos: “Pasarán más de 130 años hasta que se haya eliminado el hambre en
el mundo. Salvo que la situación mejore, el África subsahariana no conseguirá
hasta 2129 lograr la educación primaria universal, hasta 2147 reducir la
pobreza absoluta a la mitad y hasta 2165 reducir la mortalidad infantil en dos
tercios".
Quizá
nunca acabemos con la pobreza en el mundo, pero ya sabemos por qué no se acaba
con la pobreza en el mundo. Pensar cada 25 de mayo en África puede ser una
buena forma de no olvidarlo.
La Primera parte en: