Lo que quiero contar no es ningún
secreto. Pero tampoco deja de serlo. Es verdad que la información y los datos
están ahí, aunque en algunos casos hay que hurgar mucho para encontrarlos, y en
otros sí es posible que haya una intención de ocultar cierta información. Pero
lo fascinante es buscar y encontrar vínculos, puentes, lazos de unión que
puedan ofrecer una visión razonada y coherente con todo ello. Es algo así como
buscar las piezas para formar un gran puzle. Porque mientras las piezas se
mantienen separadas, y silenciadas, es como si el puzle mismo se mantuviera
oculto. ¿De qué estoy hablando? Del sistema
capitalista. Y no se llama sistema por casualidad, sino porque, como todo
sistema, está formado por múltiples piezas perfectamente engarzadas y
sincronizadas para hacerlo funcionar. Este ente abstracto y anónimo es el que
ahora estamos llamando “Mercados” o,
mejor, “Sistema financiero”, pero es
el mismo que no hace mucho llamábamos Sistema,
a secas, con no poco enfado y frustración porque a él le atribuíamos todos los
males del mundo, si no porque los haya causado directamente, sí por su escaso o
nulo interés en resolverlos. Simplemente porque esos males, lamentablemente,
forman parte del engranaje, son parte del sistema, pues no hay explotación si
no hay explotados.
Antes de intentar componer el puzle,
vaya por delante que no suelo creer en conspiraciones ni me tengo por
paranoico. Pero he de confesar que cada vez que una pieza ocupa su sitio en el
puzle no puedo evitar sentir un ligero escalofrío. De todas formas, si creyera en conspiraciones, como han
hecho ya otros, las haría partir del Club Bilderberg. Un selecto club que
celebra reuniones anuales secretas en las que sólo trasciende el tema a tratar
y la lista de invitados. En su cuadro directivo figuran nombres del mundo de
las finanzas, de las multinacionales, de los medios de comunicación y de la política.
De aquí nos quedamos con dos nombres, fundamentales en nuestro puzle: Juan Luís Cebrián, presidente de El
País, y el irlandés Peter Sutherland,
presidente de Goldman Sachs International, la filial europea del famoso grupo
de inversión americano. Entre sus miembros podemos encontrar a un par de “rockefellers”,
a expresidentes como Kissinger y Romano Prodi, y a Mario Monti, actual primer ministro italiano. A las tres últimas
reuniones han asistido como invitados Zapatero cuando era presidente, Ana Botín, Dolores de Cospedal como Secretaria General del PP y Soraya Sáenz de Santamaría como vicepresidenta
del gobierno. Es inevitable que el secretismo de sus encuentros, unido a la
alta responsabilidad pasada o presente de sus miembros alimenten las teorías
conspiranoicas. Los que niegan que existan aducen que el Club no tiene poder
ejecutivo alguno, aunque es indudable que sus miembros sí la tienen en las instituciones que
representan.
Será mejor empezar a montar el puzle
pues esto va para largo. Si, paciente
lector, consigues llegar hasta el final y el resultado te convence, serás tú
quien decida si tal conspiración existe o si por el contrario todo es fruto de
la casualidad.
Según el diario ABC los mercados
mueven 3.450 billones de euros al año, cuando el PIB mundial está sólo en 45
billones. Esto supone 76 veces más de lo que genera la economía real. ¿Dónde
está entonces el dinero restante? En ninguna parte, no está, aún. En esto se
basa precisamente el sistema capitalista, en el préstamo, el crédito y la
deuda. Ese dinero sólo existe como parte de un compromiso que sólo el tiempo
convertirá en dinero real, contante y sonante. Son los plazos de devolución,
que hasta ahora se adaptaban a las posibilidades de la economía real. Pero en
la actualidad la diferencia es tan brutal, tan alejada de la realidad, que sólo
es posible atribuirla a la especulación, porque ya no se trata de invertir, esperar, producir y ganar; no, ahora los
“mercados”, el sistema financiero en general, ha eliminado los pasos
intermedios y ya sólo se trata de invertir y ganar. Así, los mercados pueden
“mover” cantidades astronómicas de este dinero “futurible” de un sitio a otro,
provocando según le conviene pánicos o euforias, para, en cualquiera de los
casos, ganar dinero en un corto periodo de tiempo. Todo lo que es posible
comprar y vender, y para el capitalismo no hay nada con lo que no se pueda
hacer negocio, se compra y se vende en la bolsas de Nueva York, Chicago,
Londres, París, Amsterdam, o Frankfurt. Las
entidades financieras más importantes que se dedican a la especulación son
Goldman Sachs (GS), BlackRock, JP Morgan, Barclays, Pimco y Lehman Brothers
antes de su caída, en Estados Unidos; y Credit Suisse, Deutsche Banck, HSBC y
Rabobank en Europa. Estas entidades se dedican a la compraventa de divisas,
acciones, deuda pública, productos derivados (como la famosa prima de riesgo),
y materias primas energéticas o alimentarias. Aunque todas ellas pueden
especular mediante las “operaciones en corto”, para este tipo concreto de
especulación están los hedge funds o
fondos de cobertura. Los más importantes son SAC Capital Advisors y Paulson
& Co. Estas operaciones se basan en el miedo a perder dinero. Toman
prestado grandes cantidades de activos de otros fondos o bancos, con una
garantía de devolución, y se dedican a venderlos provocando su caída en la
bolsa y arrastrando en su venta a otros inversores. Más tarde, horas, días,
vuelven a comprar los mismos activos para devolvérselos a sus dueños. Como
vendieron caro y recompraron barato, el beneficio se obtiene de la diferencia,
a la que hay que restar también la garantía o el interés del préstamo. Lo hizo
el magnate George Soros, antes
presidente de Soros Fund Management y ahora reconvertido en escritor y analista
económico, cuando provocó la depreciación de la libra vendiendo 10.000 millones
que previamente había pedido prestadas, comprando marcos alemanes. El Banco de
Inglaterra no pudo contener la caída de su moneda; Soros con sus marcos compró
las libras depreciadas y en la diferencia, y al cambio, ganó 1.000 millones de
dólares en un solo día, fue el 16 de septiembre de 1992.
El caso de Soros puede servir para
explicar otra pieza importante dentro del sistema. Hace falta una institución, un Estado, que facilite el flujo de dinero
hacia los especuladores, y que garantice que este dinero futuro se convierta en
dinero real con posibilidades reales de cobrarlo. En caso necesario,
además, estas mismas instituciones desviarán las posibles pérdidas de la
especulación financiera hacia la economía real. Entre los años 80 y 90 no sólo
se eliminaron todo tipo de barreras a la especulación financiera, sino que se
permitió la fusión de la banca tradicional, especializada en depósitos y
préstamos, con la banca de inversión. En cualquiera de los casos la coartada
está servida. Con la excusa de que no se pueden dejar caer a los bancos, las
pérdidas de sus apuestas especulativas repercuten directamente en los
ahorradores y en el Estado. Las
“reformas estructurales” emprendidas entonces no tienen otro objeto que
reorientar la economía real desde las actividades productivas a la satisfacción
de los intereses del capital financiero internacional.
Ahora bien, nada de todo esto es
posible sin personas de carne y hueso que vigilen y mantengan limpias y
expeditas las vías de unión entre la especulación financiera y la economía
real. El vestíbulo que une ambas actividades se llama Estado, y el mecanismo
que permite pasar de una a otra se conoce como “puertas giratorias”. En Estados Unidos sobresalen dos nombres. Uno
es Robert Rubin. Entre el 90 y el 92
fue ejecutivo de Goldman Sachs, Secretario del Tesoro en los dos mandatos de
Clinton, del 93 al 99. En este último año, Citibank, un banco tradicional,
quiso fusionarse con Travelers Group, un banco de inversión. Rubin derogó la
ley que lo impedía y la fusión se produjo, el resultado fue Citigroup. Cuando
Clinton fue desalojado de la Casa Blanca Rubin ingresó en el nuevo grupo
financiero; desde 2007 es su presidente. El otro nombre es Henry Poulson: en Goldman Sachs desde 1974, socio desde el 82, su
presidente entre 1994 y 1998. En 2006 George W. Bush le nombra Secretario del
Tesoro, cargo en el que se mantiene hasta 2009. En su mandato estalla la crisis
de las hipotecas basura. Deja caer a Lehman Brothers, donde trabajaba nuestro
ilustre ministro de Economía Luis de
Guindos, y aprueba un plan de rescate de la banca de 700.000 millones de
dólares para comprar “activos tóxicos”, aunque posteriormente decidió que el
estado invirtiera directamente en las entidades más “contaminadas”.
Goldman
Sachs es, por tanto, el eje que hace girar las puertas. Hasta el dimitido director del departamento
para Europa del FMI, Antonio Borges, fue vicepresidente de Goldman Sachs entre
el año 2000 y el 2008, la etapa del fraude de las cuentas públicas griegas,
fraude que ha estado en el centro de la actual crisis de la deuda soberana y en
la que Goldman Sachs fue un destacado protagonista, y es que su influencia
llega hasta Europa y sus instituciones. Como es bien sabido, Grecia no cumplía
los requisitos de Maastricht para entrar en el Euro, por lo que contrató a
Goldman Sachs para ocultar parte de su deuda pública, y así ajustarla al 60%
exigido cuando en realidad ascendía al 103% de su PIB. Lo estuvo haciendo hasta
2009 con la connivencia de las propias instituciones europeas. Mario Draghi, antiguo ejecutivo del
Banco Mundial, y presidente del BCE desde noviembre de 2011, fue Vicepresidente
para Europa de Goldman Sachs entre 2002 y 2006. Otmar Issing, saltó del Bundesbank a la directiva del BCE desde
1998 hasta 2006. Desde 2007 es asesor de Goldman Sachs. Mario Monti, el actual primer ministro impuesto por los mercados en
Italia, fue comisario del Mercado Interior entre 1994 y 1999, desde este año
Comisario Europeo de la Competencia hasta 2004, y desde 2005 asesor de Goldman
Sachs. Hay otros dos nombres de este periodo que merecen destacarse. Uno es el
griego Petros Christodoulou, otro
banquero formado en Goldman Sachs, que en 2006 era el responsable de Mercados y
Banca Privada del Banco Nacional de Grecia, la entidad que ejecutó el fraude
contable. Desde 2009 está al frente de la Agencia de Deuda Pública de Grecia; y
Huw Pill, economista jefe para
Europa de Goldman Sachs desde 2011, trabajó previamente en el Banco Central
Europeo, en la sección de política monetaria.
George
Soros confesaba en
una reciente entrevista a El País (2/9/2012) que, al destaparse el fraude
griego en 2009, los mercados se dieron cuenta de que “podían hacer quebrar a
los países, a no ser que las autoridades los protejan”, y evidentemente, a ello
se pusieron: “los mercados financieros han podido forzar la quiebra de algunos
países del euro”, confirma. Y lo han hecho aprovechando las fisuras de la moneda
única (los estados se han endeudado en una moneda que no controlan) y la
inactividad del BCE. Pretenden forzar su intervención para que sea él quien
garantice el pago de la deuda contraída. Por eso la prima de riesgo baja cuando
anuncia su intervención en el mercado secundario de deuda. Pero, mientras el
euro se restaura, y todo el tiempo que tarde en hacerlo, los mercados hacen
negocio: “los mercados financieros no se van a quedar esperando, van a
presionar la prima de riesgo y a
provocar la crisis del euro, ya lo están logrando”. Otra vez, la dichosa prima
de riesgo. Ya todo el mundo sabe que es la diferencia que se paga por el
interés del bono alemán a 10 años y el interés que tienen que pagar el resto de
los países por el mismo bono. Lo que quizá no sepa todo el mundo es que la
prima de riesgo es otro “derivado financiero”, es un Seguro de Riesgo de Crédito, que se compra y se vende, y es por
tanto susceptible de especulación. Los inversores en deuda pública
contratan seguros para protegerse de posibles impagos. Cualquier entidad
financiera puede vender protección, pues sólo asumiría el coste de la operación
si el impago se produce. Al mismo tiempo, la ley permite que en este mercado de
derivados de crédito intervengan otras entidades, otros agentes que compran
protección cuando en realidad no tienen de qué protegerse. Estos inversores
buscan aumentar la percepción de que el riesgo de impago es real para que
aumenten las primas y así poder vender la protección comprada a precios más
altos. ¿Quién se encarga de aumentar o disminuir la percepción de riesgo de
impago en el mercado financiero? Eso es, las
agencias de calificación. Las tres agencias americanas Standard & Poor's, Fitch y Moody's controlan el 90% del negocio
de la calificación. Es evidente que bajando la nota de calificación a la deuda
de un país aumenta la percepción del riesgo de impago, con lo que la prima de
riesgo se dispara y activa el mercado de compraventa de sus derivados de
crédito. Un artículo de La Vanguardia (17/1/2012) desvelaba el cuadro
accionarial de las tres agencias. Cuando las piezas de este puzle empiezan a
encajar caben ya muy pocas sorpresas. S&P es propiedad de McGraw Hill y sus
accionistas mayoritarios son las financieras Capital Group, State Street y
BlackRock. Estas tres son a su vez los accionistas mayoritarios de Moody’s. Los
propietarios de Fitch son la financiera francesa Fimalac y la editora Hearst
Corporation. Sólo por ir aclarando, quizá convendría saber que Capital Group es
el principal accionista del Banco Santander y del BBVA, y que posee acciones de
las cadenas de televisión Cuatro y Tele5. BlackRock posee también acciones de
estas cadenas. De manera que haciendo el juego a los mercados, se ha instalado
en las instituciones y en los medios de comunicación una obsesión por la
evolución de la prima de riesgo cuando en realidad se trata de un producto
sujeto a especulación, que nada tiene que ver con el estado o la evolución de
la economía real de un país. Es más, en este juego perverso, los recortes que imponen
a los países la especulación financiera para garantizar el pago de la deuda
aumenta la recesión económica, y ésta misma se toma como causa de una nueva
rebaja en la calificación de la deuda, que a su vez hará aumentar la “sensación
de impago”, subirá de nuevo la prima de riesgo, y ésta se volverá a tomar como
causa para demandar nuevos recortes…y vuelta a empezar. Por eso Manuel Lago, economista de Nueva
Tribuna (19/5/2012), critica que la prima de riesgo se haya tomado como
indicador principal de la marcha de la economía española y que esté en el
centro de las decisiones que el gobierno toma en materia económica. Lago no
tiene duda de que la inhibición del BCE permite este perverso juego
especulativo con la deuda de los países periféricos de la Unión Europea y le
permite a Alemania imponer su política de austeridad a toda Europa.
Y este es el mensaje repetido una y mil veces por los portavoces del
neoliberalismo en todos los medios de comunicación. Los especuladores, los
que ganan miles de millones y viven como verdaderos marajás vienen a decirnos
que las personas de este mundo, las que dependemos de la economía y del trabajo
real, teníamos un Estado del Bienestar, un sistema de protección social que no
podíamos permitirnos, y que no nos lo merecemos porque hemos abusado, porque
hemos gastado por encima de nuestras posibilidades. Por ejemplo, Otmar Issing, asesor de Goldman Sachs,
afirma que las “transferencias
financieras de los países disciplinados a los que no lo son crean tensiones
políticas que amenazan el futuro de la Unión Europea. Un modelo en el cual los
países viven y gastan más allá de sus posibilidades es insostenible y está
condenado al fracaso” (El País, 23/1/2011). Peter Sutherland, también en un artículo publicado en El País
(31/5/2012) aseguraba que “cada vez se es
más consciente de que incrementar la deuda para financiar un gasto público
improductivo es un callejón sin salida que perjudica el crecimiento sostenible”.
El que sigue siendo presidente de GS Internacional defiende en el artículo la
resistencia de Angela Merkel y de
sus electores “a apoyar con dinero a
otros Estados miembros que, hasta cierto punto, son responsables de sus propias
desgracias”. Para terminar, de momento, este pequeño muestrario de
declaraciones, el magnate y antiguo especulador George Soros, dijo en la entrevista a El País antes mencionada que
“Europa tiene un problema específico
derivado de la construcción del euro. Así que la política hoy día va a tener
que distinguir entre los estímulos que eventualmente se pueden rentabilizar (…)
o un Estado del Bienestar que no se puede mantener especialmente en Europa”.
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Ahora tendría que descender a las piezas nacionales del puzle de la
especulación financiera para hablar de nuestras propias puertas giratorias
(Más de 50 ex altos cargos políticos
figuran como administradores de la empresas del Ibex, El País, 2/9/2012) y
de la alianza entre el sector financiero y los partidos políticos (financiación
ilegal, donaciones a sus respectivas fundaciones, condonación de la deuda de los
partidos por determinados bancos….) pero me temo que este post ya es demasiado
largo. De manera que vamos a completarlo con una referencia al “cuarto poder”,
que también ha caído en manos de los especuladores. El papel de los medios de comunicación en esta crisis es indudable, y
consiste básicamente en la difusión del pensamiento económico neoliberal, sin
que asome apenas crítica o análisis; y, por otro, facilitar el sometimiento de
la población a dichas consignas creando alarma con un bombardeo constante de
noticias económicas, datos y cifras de evolución de los mercados que en
realidad no cuentan nada. Consiste pues en crear desinterés recurriendo a la
saturación, mientras que, por otro lado, se oculta información que sí podría
resultar relevante. El caso de El País
me parece especialmente ilustrativo. Porque es el diario de mayor tirada
nacional y porque se le supone cierto sesgo ideológico progresista. Pero en los
temas económicos poco se diferencia de los medios conservadores. Por ejemplo,
el pasado 30 de agosto publicaba la noticia de que Andalucía se veía obligada a
pedir el rescate al gobierno por el cierre del crédito bancario. Y decía: Las entidades financieras consultadas por EL
PAÍS coinciden en que su interés no es “cerrar el grifo a las comunidades para
que tengan dificultades”, pero admiten que… “es más lógico que prefiramos
prestar al FLA (Fondo de Liquidez Autonómica), que tiene garantía del Estado,
en lugar de a una autonomía, cuya solvencia puede ser más baja”, explican estas
fuentes. Tal cual. En estos días en que a los españoles se nos pide
responsabilidad nacional y patriotismo, ¿no es relevante saber el nombre de
esos bancos españoles que prefieren hacer negocio con un Estado en recesión, a
sabiendas de que tendrá contrapartidas en forma de recortes para la población,
antes que prestar a las comunidades? En el artículo de Peter Sutherland que hemos citado más arriba se ponía al pie del
mismo una breve nota sobre el autor consignando, entre otros cargos, que es
miembro del Instituto Nicolás Berggruen. Lo que se oculta es que, como veremos
ahora, Nicolás Berggruen es el presidente del grupo de inversión Liberty,
propietario de El País y, sobre todo, que Peter Sutherland es el presidente de
Goldman Sachs Internacional, y que forma parte también de la presidencia del
Club Bildelberg, junto al propio Juan Luís Cebrián.
Y es que basta echar un vistazo al accionariado de El País para terminar
de colocar la última pieza del puzle. Para el 2010 el diario había acumulado
una deuda de más de 4.600 millones de euros. El grupo Prisa, de la familia
Polanco y propietaria del periódico, decidió vender el 57% del grupo a Liberty Acquisitions Holdings Corp. Un fondo de inversión presidido por Nicolás
Berggruen. En la cuenta de inversores de Liberty están Goldman Sachs, el
Deutsche Bank, Citigroup y Credit Suisse. Entre los cuatro acumulan el 12%
de Liberty. Por otro lado, en junio de 2012 Prisa llegó a acuerdos con algunos
de sus acreedores para convertir su deuda en acciones, así que son también copropietarios del diario La
Caixa, HSBC, y el Banco Santander. Recordemos que la financiera Capital Group es la principal
accionista del Santander y accionista mayoritario de las agencias de
calificación Standard & Poor's y Moody's.
Parece que con esto ya está todo
dicho, pero no me resisto a citar al propio Juan Luís Cebrián, presidente de El País, en un artículo publicado
el 17 de junio de este año, y que parece sacado por entero de la oficina de la
Moncloa o de los despachos de Goldman Sachs. Afirma, por ejemplo, que la
austeridad que padecemos “no es
consecuencia de un mandato foráneo, sino respuesta obligada a un déficit fiscal
originado por nuestros propios errores y por no pocos abusos”, defiende la
austeridad general como “la única manera
de garantizar el funcionamiento de la economía”, la conversión del BCE en “un prestamista de último recurso que dé
confianza y credibilidad a los mercados” y alaba “la reforma de la Constitución para garantizar la estabilidad
presupuestaria”. Cebrián cree que todo el mundo, partidos políticos y
sindicatos, debe colaborar en aprobar y aceptar los recortes porque “no nos hallamos ante una discusión
ideológica, sino ante un problema de caja”. Y ya, como conclusión, la
guinda: “Pues el crecimiento”,
afirma, “consiste en ofrecer riqueza a
los mercados”.
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Fin
del puzle. ¿Conspiración, sistema perfectamente orquestado y engrasado, o pura
coincidencia? Tú decides. Sea como sea, una cosa parece clara, estamos
vendidos, literalmente.