Esperando hallar ayuda y alimento,
se metió Grecia sin saberlo en la cueva de Polifemo, en tierra de cíclopes,
donde cada uno es legislador de sus hijos
y esposas y no se preocupan unos de otros. Allí encontró a un monstruo de
un solo ojo y un único pensamiento.
No, no es el hombre la medida de
todas las cosas. No hay virtud frente al espejo de Sócrates. Tampoco hay
preguntas, porque en época de ignorancia no se tienen dudas. El monstruo sólo
sabe que se le debe, y devora hasta su propia alma sin que Nadie se le oponga esta vez.
Elektra ingrata y despiadada.
Grecia, obligada a morir. Parta pues, en mala hora, con los óbolos imperiales
para el Barquero, que los presta el mismo que los reclama.
¡Apolo, borra de tu templo las sabias
palabras! Ni Atenea entiende ya nada.
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